La partida de... reconocimiento

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Esa noche, entonces, mientras todo el mundo dormía, la familia Viejobueno abrió la puerta principal de la nave y bajó los cinco escalones que los separaban del piso, sabedores de que tenían poco tiempo para deambular hasta que el sistema le avisara a Ondina que se había registrado una salida no autorizada.

Una vez apoyados los pies en la superficie, las luces del depósito se encendieron. Solo en ese momento, los androides Beta se reactivaron para dirigirse hacia los tres científicos, que no los vieron llegar hasta que los tuvieron casi encima debido a que la iluminación repentina los había desorientado.

—Bienvenido, humano. Bienvenidas, humanas —dijo Beta Uno—. Nos complace conocerlos.

—Eh... ¿gracias? —respondió Vera—. Mi nombre es Vera; ella es Miriam, mi mamá; y este es Tadeo, mi papá. Somos...

—La segunda partida de reconocimiento —interrumpió Beta Dos—. Los esperábamos.

Los tres Viejoobueno se miraron entre sí, cada uno con una expresión diferente de confusión. Vera abrió la boca para seguir hablando, pero su padre se adelantó:

—Sí, sí, claro, somos la partida de... «reconocimiento». Queremos saber más sobre la nave, sobre ustedes, sobre... Bueno, sobre todo.

—Entendido. Acompáñennos —dijo Beta Tres.

—Una cosa —intervino Miriam—: ¿podrían dejar la iluminación como estaba? Técnicamente, es de noche para nosotros.

—Entendido.

El depósito volvió a quedar a oscuras. Los exploradores encendieron las linternas y siguieron a los androides, a los cuales no se les movió un pelo cuando comenzó a sonar la alarma de la Gorodischer.

***

Los golpes en la puerta tardaron en despertar a la capitana. Cuando lo lograron, esta se levantó un poco aturdida y bastante molesta por no entender por qué mierda no tocaban el timbre como una persona civilizada.

—Disculpe, señora —fue lo primero que dijo Ondina en cuanto pudo poner un pie en el camarote—, estuve tocando el timbre casi diez minutos, pero usted no respondía.

—No te preocupes —respondió ella tras ahogar un bostezo—. ¿Qué pasó?

—Los Viejonefas... Digo, los Viejobueno se salieron.

La capitana se pasó la mano por la cara y se detuvo en el ojo derecho para refregárselo y quitarse una lagaña con el mayor disimulo posible.

—Pero la puta madre. —Abrió los ojos para mirar a Ondina, que la observaba en silencio—. Preparate y avisale a... No sé, fijate si hay alguien desvelado; si no, llamala a Pandora, que tiene el sueño livianito y responde en seguida.

—Me va a putear; siempre la llamamos a ella para emergencias.

—Lo sé, pero tenemos que ir a buscarlos lo más pronto posible. Es lo que toca. Nos vemos en el cuarto de descompresión.

***

Si bien las dimensiones de la nave eran bien conocidos por toda la tripulación, saberse los números solos no había preparado a los Viejobueno para la inmensidad de las estancias de la nave extraterrestre. Los tres haces de luz se dispersaban antes de alcanzar el techo o cualquiera de las paredes. Tadeo supuso que los androides Beta debían tener alguna clase de visión nocturna, porque el ritmo de sus pasos era coordinado y constante, a juzgar por lo que podía oírse debajo de la voz monótona del Beta guía.

—Lo que ustedes llaman «depósito», podría considerarse, de manera más estricta, un hangar —explicaba Beta Uno—. Ocupa uno de los extremos de la nave; tenemos otro del otro lado, que tiene las mismas dimensiones y forma. La nave es simétrica: tal como lo ven aquí, es igual en la otra mitad. En el centro se encuentran los dos espacios más importantes: la sala de la computadora y la de cápsulas de criogenia. En este momento, pasamos por el gran salón, la estancia más grande, que fue diseñada para albergar grandes cantidades de refugiados; al otro lado de la pared de la izquierda, hay un laboratorio - fábrica donde se produce todo lo necesario para garantizar la subsistencia de los pasajeros. Pueden ver las ventanillas allí —Señaló en la penumbra—, a través de las cuales se entregan los artículos, ya sean alimentos, utensilios o herramientas.

La descripción era interesante, pero generaba más preguntas que tranquilidad en los científicos.

—¿Laboratorio - fábrica? ¿Qué es eso? ¿Cómo funciona?

—¿No hay un lugar dedicado especialmente al motor? ¿Cómo funciona la propulsión?

—¿Podemos ver la computadora?

—¿Podemos ver la sala de criogenia? ¿Está ocupada?

Beta Uno permaneció en silencio mientras los Viejobueno seguía hablando hasta que estos se dieron cuenta de que no obtendrían ninguna respuesta en ese momento. Solo entonces, pocos segundos después de que se hubieran callado, el androide retomó su discurso.

—El laboratorio - fábrica funciona de manera autónoma. Está separado del resto de la nave, a excepción de las partes destinadas a recibir, procesar y almacenar las materias primas. El mantenimiento de las máquinas es realizado por androides que se dedican exclusivamente a dichas tareas. Lo mismo aplica para el espacio destinado a la propulsión. Cuando toda la tripulación de la Gorodischer esté instalada y la nave haya comenzado su misión, responderemos todas las inquietudes que tengan a estos respectos. En cuanto a la computadora y las cápsulas de criogenia, no es posible verlas debido a que las estancias deben permanecer completamente asépticas; a tal punto, que ni siquiera los androides que estemos en contacto con el exterior tenemos habilitado el ingreso.

—¿Para quiénes son las cápsulas de criogenia?

—La sala de criogenia está destinada a la conservación de la vida de los sobrevivientes al ataque de Zarnak. Cuando arribamos, sobrevolamos la superficie del planeta para buscar a los habitantes que quedaban vivos y traerlos aquí; muchos de ellos se encontraban en un estado crítico, por lo que los colocamos en las cápsulas para que se mantengan con vida hasta que la nave llegue a la Tierra y estos puedan ser atendidos por médicos de su propia especie.

—¿Esa es la misión de la nave?

Hubo una brevísima pausa.

—Sí.

Un tumulto lejano interrumpió la conversación. La familia Viejobueno volvió las linternas hacia atrás para ver quiénes eran, aunque, en realidad, ya lo sabían. Las voces se acercaron a gran velocidad y entraron al gran salón al mismo tiempo que se encendían las luces del amanecer.

—¡Viejobueno!

Era la voz de la capitana. La vieron entrar, a lo lejos —ya que ellos se encontraban cerca de la pared opuesta—, acompañada por una mole que, con seguridad, era Ondina, y otra persona cuya voz les resultó poco familiar.

La capitana los identificó en seguida y enfiló sus pasos hacia ellos. Aprovechando el silencio sepulcral que llenaba el recinto, continuó hablando sin gritar, pero con un evidente tono molesto:

—¿Me quieren decir qué mierda les pasa? ¡Tienen que solicitar autorización para salir, no importa si es para ir al baño o mirar por las ventanas! Las interacciones con los androides tienen que informarse y registrarse para su análisis, sepan que han cometido una infracción muy grave; van a volver con nosotras ahora mismo para que determinemos la medida correctiva que consideremos adecuada.

Los tres científicos abrieron la boca para hablar, pero uno de los androides se adelantó:

—Capitana Sánchez, estamos complacidos de que se encuentre aquí. Estábamos explicándoles a sus enviados la disposición y funcionamiento de la nave.

La calma y formalidad de su interlocutor pareció neutralizar la explosión de ira de la mujer, porque su expresión cambió al instante.

—Ah, eh... bueno, está bien. No era el momento adecuado para una salida de este tipo, pero, ya que estamos y que ustedes están disponibles, nos gustaría sumarnos al recorrido.

El Beta vaya uno a saber qué número permaneció en silencio un brevísimo instante, durante el cual podría jurarse que sonrió.

—Nos complace. Acompáñennos.

El último viaje de la GorodischerWhere stories live. Discover now