Flores y Nostalgia

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Alexander

Salí de la tienda de ropa con una elegante camisa crema; «Fue todo lo que acepté llevar». Pude conservar mis pantalones vaqueros y mi camiseta de Panthera bajo la camisa.

La reportera me miró de arriba abajo y dio un suspiro.

—¿¡Qué!? —repliqué —. ¿No está complacida?

—Bueno —dijo con sarcasmo —. Peor es nada.

La rubia tenía puesto un vestido con estampado de flores bastante ceñido que acentuaba sus curvas; y un sombrero tipo pamela para cubrirse del sol.

Luego de caminar unas calles, nos detuvimos frente a un cartel que anunciaba las giras a Maisons de Champagne. Natalia parecía una niña sonriente con la emoción de la expectativa. Miraba hacia el final de la calle y luego me miró.

De pronto, su emoción pareció crecer tanto que, me abrazó por la cintura.

—¡Gracias! —exclamó y rápidamente me soltó.

—No he hecho nada más que dejarme llevar —respondí.

—¿Sabes? Te lo compensaré.

—Con que haya la naturaleza que me prometiste.

—La habrá. Ya lo revisé.

Nos quedamos mirándonos por un largo rato y sonriendo. Sentí un impulso, pero preferí llevar mis manos atrás. El autobús se detuvo justo frente a nosotros y al abrirse la puerta plegable de este, un rechoncho y sonriente señor nos saludó.

¡Ah Bonjour les gars! —dijo —. ¿Americanos? Podemos hablar.

—Excelente —comenté.

—Vamos a la mejor bodega de Champagne.

—Gracias Monsieur —contesta Natalia dejándose caer sobre el asiento.

Éramos los únicos, pero el señor esperó cinco minutos más. Tras eso, cerró la puerta y arrancó.

—Temporada baja de turistas —explicó —. Bueno para las parejas románticas.

—No. No somos pareja —se apura a aclarar Natalia.

—Compañeros de trabajo —expliqué yo —. De vacaciones.

Miré a Natalia desde el otro asiento y ella solo que se limitó a encogerse y sonreír. Saqué mi cámara y me puse a revisarla. Cinco minutos después, una enorme planicie cubierta de flores se extendía a ambos lados de la carretera.

—¡Chofer deténgase! —grité de pronto.

El camión se detuvo en seco y el chofer se voltea a verme, preocupado de que algo malo hubiera ocurrido. Aprovecho entonces para acercarme a la puerta.

—Abra por favor —dije lo más amable que pude —debo tomar una foto.

El chofer me miró confundido y luego hacia Natalia que estaba igual. Lo pensó por un momento, se encogió de hombros y abrió la puerta para dejarme salir.

Enseguida bajé y caminé unos metros hacia atrás, hacia el punto que había visto y lo encontré. El lugar exacto desde donde podría tomar la foto perfecta de esa planicie cubierta de flores, con una estructura parecida a una iglesia detrás.

Ajustaba mi cámara para captar la mejor luz, en la mejor velocidad de obturador, cuando la reportera y el chofer se acercan.

—Por lo menos son fotos —decía el chofer en su marcado acento francés y añade riendo —, imagine si fuera a pintar el paisaje.

Ladrón de Besos(Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora