Despertar

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Alexander

Con el tercer coctel de vino, Natalia se fue poniendo más desinhibida. Insistió en que bailáramos y por evitar que una suerte de buitres, que la vigilaban, cayeran sobre ella, acepté y bailamos una canción movida, aunque mi atención estaba en los tipos que la veían.

La música se puso lenta y sin perder tiempo, Natalia se colgó de mi cuello y posó su cabeza en mi pecho. Solo había tomado tres tragos, pero al parecer fueron suficientes para que volviera a soltarse.

—¡Ah, sí! —exclamó de pronto separándose de mí —. Solo somos amigos.

Comenzó a bailar separada, como si lo hiciera sola. Pero eso fue algo que uno de los tipos aprovechó para atreverse a tomarla de la cintura y llevar una de sus manos a su cuello.

—¡Pero este tipo! —exclamé.

Sin embargo, antes de que me acercara, Natalia lo empujó.

—¡No! —le dijo al hombre con firmeza —. ¡No te hagas de ideas!

Siendo francés el tipo no entendió mucho, pero le quedó claro de que no estaba interesada. Levantó la mano con desdén y musitó algo en francés antes de darle la espalda y retirarse.

—¿Estás bien? —pregunté preocupado.

Ella se volteó hacia mí y por un par de segundos, su rostro reflejaba una extraña tristeza cabizbaja. Pero enseguida levantó su rostro y me sonrió.

—Vámonos —me dijo —. No quiero que haya problemas.

—De acuerdo.

Más tarde, estábamos de regreso en el banco frente al río. Las luces de la ciudad se reflejaban en el agua distorsionadas por la corriente de este. Semejaban un rayo atrapado en el agua con destellos rojos, azules y amarillos repartidos en un lado y otro.

—Tenemos algo en común —dijo con la mirada en sus zapatos.

—¿Y eso es? —pregunté por hacer conversación.

Se volteó a mirarme y pude notar el brillo en sus ojos azules, causado por lo inundados que estaban.

—No tenemos suerte en el amor —respondió sonriendo.

Una sonrisa que contrastaba con el hilo húmedo que corre por sus mejillas. Sentí que un vuelco en el corazón y por instinto llevé mi mano a su mejilla y atajé el correr de aquella gota.

—Por favor no llores estando ebria.

—No estoy ebria —replicó —. Solo estoy cansada... y algo decepcionada. Pero ebria, no.

Me reí sin dejar de mirarla y su sonrisa se amplió.

—Creo que tenemos más en común —comenté.

Entonces ella me abrazó.

—Por favor, no me apartes —dijo apoyando su cabeza en mi hombro —. Solo quiero estar así.

Comprendí que lo necesitaba y para ser honesto, yo también. También necesitaba un abrazo y por eso la abracé con fuerza.

Permanecimos así un buen rato y llegó el momento en que mis ojos se cerraron y solo me relajé oliendo el perfume en su piel, sintiendo la textura de su cabello y la suavidad de su mejilla junto a la mía. Cuando levanta su rostro, simplemente me miró. Su mirada era hermosa y tierna y la mantuvo por un momento en que mis ojos se alternaron entre sus ojos y su boca.

 Su mirada era hermosa y tierna y la mantuvo por un momento  en que mis ojos se alternaron entre sus ojos y su boca

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