C1: Dispar.

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Hoy es un buen día

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Hoy es un buen día.

Para atropellar a alguien.

Bueno, en realidad nunca es un buen día para llevarse por delante a un peatón, pero exactamente hoy me encontraba conduciendo a unos lentos veinte kilómetros por hora en vez de ochenta.
Así que en conclusión agradezco haber aplanado un pobre sujeto con mis neumáticos hoy y no ayer o cualquier otro d... ¡aún no lo pisé!

Freno el jeep de golpe y salto fuera del coche con el corazón latiendo a toda velocidad dentro de mi pecho. Un chillido horrorizado se me escapa mientras me precipito hacia el cuerpo mortalmente quieto del chico en la calle.

¿Y si lo maté? ¿Puede ocurrir tal desgracia por ir a 20km/h? Hay gente que muere por tragarse monedas o por intentar abrazar el reflejo de la luna estando ebrio, como mi hermano me contó que le pasó a un poeta chino llamado Li Bo cuando intentó estrechar entre sus brazos al satélite lanzándose a un lago.

Me respondo a mí misma: claro que puede, chica ingenua.

—¡Lo siento tanto! ¡Juro que no quise hacerlo!—me lamento acuclillándome junto al muchacho que se extiende de espaldas a mí contra el asfalto. —¡No es como si alguna vez haya querido atropellar a alguien!—me apresuro a decir para corregirme, pero la realidad es que muchas veces dije o pensé que quería arrasar con mi coche a mi profesora de educación física. —O por lo menos no de verdad—me excuso con inquietud y honestidad.

Pero en ese caso no fue algo literal, o por lo menos no como lo que acabo de hacerle a este infortunado ser humano que desgraciadamente se topó conmigo.

—Dime que sigues respirando—ruego siendo un auténtico manojo de nervios. Siento que se me revuelve el estómago y que la preocupación y la desesperación me engullen de un bocado. —¡Inhala y exlaha! ¡Vamos! ¡Como las embarazadas!—animo debatiéndome internamente si debo tocarlo o no. ¿Y si en verdad murió? No quiero tocar un cadáver, o por lo menos no uno que no sea utilería de Halloween que la gente use con el fin de dar dulces a los niños, ocasionarles caries y mucha clientela a los dentistas. —¡Sin ofender! No es que esté diciendo que estás embarazado, eso ni siquiera es posible—aclaro. —Tal vez en el futuro con los avances de la tecnología, la ciencia y la genétic... ¡por favor! ¡Reacciona!—insisto entre dientes.

Miro a mi alrededor buscando algo de ayuda pero lo único que diviso es un barrio aparentemente desolado con hogares de dos pisos, una casa rodante, un par de coches estacionados y dos perros teniendo relac... ugh, este no es el momento.
Esos canes deberían estar ladrando y alertando a los vecinos que acabo de atropellar a este chico, pero obviamente el acto de procrear es más interesante para ellos. Así que, sin siquiera levantar sus orejas en mi dirección, siguen moviendo sus genitales.

Sin saber exactamente qué hacer me atrevo a posar mi mano en el hombro del desconocido y le doy la vuelta para que esté completamente boca arriba; su cabello azabache es lo suficientemente corto como para que no caiga gran parte de este sobre su frente. Su tez es blanca y contrasta con el color del pelo, el de las espesas cejas negras y aquellas gruesas y extensas pestañas que rozan sus afilados y masculinos pómulos. Luego de una nariz mínimamente anguileña se visualizan labios rosados y entreabiertos junto a una mandíbula fuerte donde barba de dos o tres días salpica hasta sus mejillas.

Extra pointWhere stories live. Discover now