C21: Petrolíferos.

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—El tío de la prima de la hermana del cartero de mi abuela me dijo que San Diego es

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—El tío de la prima de la hermana del cartero de mi abuela me dijo que San Diego es...

—¡Apártate antes de que incruste mi pie en tu trasero, Wasaik! —Bill aparece en la pantalla cubriendo con su mano el rostro de Shane y empujándolo lejos—. ¡Vete a tu casa! —ordena, y en cuanto sus ojos se encuentran con los míos veo llamas bordeando sus pupilas. Podría rostizar un ave o cocinar un huevo de simplemente mirarlo—. ¡Y tú, jovencita, vuelve inmediatamente a Owercity! ¡¿Por qué rayos he venido hasta aquí para hacerte de cenar y los desquiciados con los que vives han tenido que decirme que estabas a más de 3.000 kilómetros de distancia en la jodida California con Blake Hensley?! —La cólera y la exasperación se filtran a través de su potente tono de voz.

—Vas a averiar mi teléfono y harás que los aviones se estrellen si sigues gritando, Billy —lo reprendo mientras arrastro mi valija color flamenco a lo largo del aeropuerto, directo hacia la terminal de vuelos privados—. ¿Por qué no te tomas una taza de té mientras me esperas? Llegaré antes de que el hombre termine de explotar todos los yacimientos petrolíferos que quedan.

Mis chistes ecológicos no le causan gracia.

—¿Por qué no me dijiste ibas a atravesar el país, Zoella? —insiste con seriedad, pero su tono se torna mucho más suave y su enfado se disipa un poco.

Poquísimo.

—Porque te habrías subido al avión conmigo. —No evitar reír al verlo asentir en concordancia. Bajo toda la reprimenda y el enojo no hay más que un dulce y preocupado oso de peluche del tamaño de un elefante bebé—. Ya no tengo siete, y no te atrevas a decirme lo mismo que solías decirle a Kansas: eso de que en Mississippi la mayoría de edad es a los veintiún años.

—¡Pero es a los veintiún años y yo respeto la ley de los Estados Unidos, y tú también la respetarás, señorita! —insiste lanzando partículas de saliva al teléfono mientras grita y me apunta acusatoriamente con su dedo índice—. Cuando vuelvas tendremos un charla, una larga char... ¡¿qué diablos?! —Observa sobre la pantalla y sus ojos se abren de par en par.

—¡Fuego, fuego! ¡Me prendo fuego! —chilla alguien que reconozco como Elvis, totalmente desesperado. El estudiante de Literatura aparece corriendo alrededor de Bill mientras las llamas envuelven la manga de su camiseta y van extendiéndose y avivándose peligrosamente por su antebrazo—. ¡No quiero morir, tengo muchos libros que leer aún!

—¡Preston, te dije que vigilaras la salsa! —dice un iracundo Bill enfundado en su delantal floreado. Toma el florero que hay sobre la mesa del comedor y vierte el agua y las Bellis perennis, mejor conocidas como margaritas, sobre Elvis—. ¡Casi arruinas la cena, zopenco! ¡Me debes ocho kilómetros y ochenta lagartijas por tu ineptitud! ¡¿Cómo te atreves a dejar de mirar la salsa?! ¡La tenías que cuidar!

—No tenía tiempo de leerle un cuento a la salsa porque me estaba, eh, no lo sé... ¡calcinando vivo! —recuerda moviendo los brazos en el aire con frenesí, ahora empapado y con flores adheridas al cabello.

Extra pointDonde viven las historias. Descúbrelo ahora