C43: Incandescencia.

111K 16.3K 10.3K
                                    

Evidentemente necesito hacer más ejercicio, porque estoy a punto de perder mi par de pulmones

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Evidentemente necesito hacer más ejercicio, porque estoy a punto de perder mi par de pulmones.

Y no es fácil encontrar otro.

La lluvia se intensifica a medida que las suelas de mis botas de lluvia se estrellan rítimicamente contra el pavimento. El sonido se desliza en mis oídos junto con los pertenecientes a la ciudad, y también con mi descontrolada respiración.

Sigo avanzando aunque todo mi cuerpo duela, aunque las gélidas gotas penetren a través del abrigo y me estremezcan. Los mechones empapados se adhieren a mis mejillas y mi vista se nubla con cada gota que queda atrapada en mis pestañas, impidiéndome enfocar la mirada en la calle.

—¡Sí, definitivamente tendría que haberme subido a mi bicicleta! —Me lamento, doblando a toda velocidad.

Estoy segura de que mi corazón está por superar los cien latidos por minuto, lo que me llevaría a diagnosticarme a mí misma con taquicardia. Todo en mis adentros va a toda marcha mientras intento distinguir entre las luces sin forma que aparecen y desaparecen ante mis ojos. Me gustaría ser más prudente, ser capaz de esperar, pero no está dentro de mi capacidad en este instante.

He descubierto en menos de cinco minutos cosas que no solo cambian mi situación, sino la de otros.

Que afectan a otros.

Aumento el ritmo sin importarme qué tan fuerte esté lloviendo. En otra circunstancia ya estaría encerrada entre cuatro paredes, anticipada a una tormenta, acurrucada en posición fetal. Sin embargo, no hay señal de rayos ni truenos aún y la realidad es que la adrenalina del momento está consumiendo cada porción de miedo e inseguridad que usualmente tengo aferradas a mí.

Doblo otra vez, viendo el colosal estadio a varios cuadras.

Y frijoles. 

Desearía no haberlo hecho.

Los faros de un coche aparecen, cegándome por completo a la vez que el vehículo frena de golpe. El sonido de los neumáticos resbalando por la calle mojada me estremece tanto como no poder ser capaz de ver. Intento protegerme de la luz extendiendo las manos al frente, para resguardar mi rostro. Oigo un grito y seguido el sonido de la puerta del conductor abriéndose.

Logro acostumbrarme a la luz y veo que se trata de una patrulla, y que el policía se está acercando. 

—¡Dios mío, niña! ¿Qué haces? Podría haberte atropellado —dice acercándose, y cada fibra de mi cuerpo se relaja al ver unos preocupados ojos cafés—. ¡Vamos, sube!, ¿a dónde tienes que ir? No deberías ir por ahí corriendo con esta lluvia —me reprocha, haciendo un ademán al auto.

Ni siquiera niego con la cabeza.

Rodeo el capo corriendo y pronto estoy sentada a su lado. Puede que ya esté empapada, pero en verdad tengo frío y no creo que pueda seguir corriendo ni por media cuadra más sin perden algún órgano.

Extra pointDonde viven las historias. Descúbrelo ahora