C14: Paranoia.

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—¡Cadúcate, Shane! —exclama Timberg a nuestro compañero mientras éste hurga por algo en su nariz

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—¡Cadúcate, Shane! —exclama Timberg a nuestro compañero mientras éste hurga por algo en su nariz.

No hace falta decir qué.

 —Cappuchino para Dave, café americano para Steve, latte para Elvis y jugo de manzana para Shane  —digo entregándole a cada uno su respectiva bebida.

—Eres mi ángel, Hensley —asegura Wasaik observando su jugo anhelo, y en cuanto da el primer trago añade:— Ésto sabe mejor que el exprimido que hace la sobrina del amigo de la abuela de la vecina de mi peluquero.

—Eres calvo, Shane —señalo.

Tomo lugar junto a Ducate en el cespéd, a unos escasos metros de la fuente de Atenea. Estamos en nuestro lugar habitual, cerca de la facultad de Letras a la que asiste Preston.
La universidad tiene numerosas fuentes distribuidas alrededor del lugar, la mayoría representa algo sobre las carreras que se estudian cerca de ellas. Sin embargo, las fuentes cercanas a la facultad de Arte y Diseño son, indudablemente, las más hermosas.

—El único ángel que hay aquí es éste —asegura Timberg estirándose para tomar el cuaderno a mis pies. Por un momento tengo el impulso de sacárselo de las manos y guardarlo, pero en general no soy así, sino que dejo que vean todos mis dibujos y bocetos. Sin embargo, tal vez estoy un poco inquieto dado que la persona que intenté atrapar entre el lápiz y la hoja es la chica de la cicatriz—. Eres la reencarnación de Pablo Piccaso, ¿lo sabías?

—¿Ya les dije que Pablo en realidad se llamaba Pablo Dieg...? —comienza Shane, pero Elvis lo interrumpe.

—Ya lo sabemos de tanto que lo repetiste, genio.  —Le da una palmada en la espalda con fuerza, haciéndolo ahogarse con el jugo de manzana—. Y respecto a lo demás, me gustaría saber si por fin has encontrado a tu musa —añade tomando el cuaderno y examinándolo con ojos estrechados—, Porque eso parece ser Zoe para ti por la cantidad de retratos que hay aquí de ella —dice pasando las páginas—. Hay un poco de todo aquí: orejas, ojos, cejas, todo menos tu valor para invitarla a salir. Cobarde.

—¿Qué te hace creer que quiero invitarla a ella o a cualquier otra chica a salir? —inquiero arrebatándole el cuaderno y observando el bosquejo que hice anoche tras haber caminado con ella a lo largo de las calles de la ciudad.

Es sencillo, hecho con diferentes lápices negros meticulosamente escogidos por su grado. 
Ayer, tras haber recibido un lacónico, cálido e inesperado beso de su parte, lo único en que podía pensar era en dibujarla, en inmortalizar cómo lucía esa noche en el papel.
En mi cuaderno luce ligeramente de perfil, con su cabello suelto enredándose gracias a la brisa, con una mirada curiosa y brillante, y una ligera y sutil sonrisa torciendo un poco sus labios. 
No sé cuánto tiempo estuve trazando el arco de sus cejas, la curva de su mentón o las líneas de su cuello. Perdí la noción del tiempo, como siempre suelo hacerlo cuando tengo un lápiz o un pincel entre los dedos. 

Extra pointDonde viven las historias. Descúbrelo ahora