C39: El coco.

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—¿Por qué no puedo dormir en casa con mamá? —inquiere Kassian, somnoliento

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—¿Por qué no puedo dormir en casa con mamá? —inquiere Kassian, somnoliento. 

Un nudo se forma en mi garganta mientras lo observo sobre mi hombro, sentada desde el asiento del copiloto de la casa rodante. 

Blake está sentado a su lado, dándome la espalda. Está cubriendo a su sobrino con una manta mientras éste se incorpora sobre su hombro en la espera de una respuesta. Sus pequeños párpados parecen pesarle, y el número treinta y uno pasa una mano sobre su cabello, en una caricia tranquilizadora.

—Mamá no se siente bien, Kass —explica, y noto la forma en que los músculos se tensan bajo la tela de su camiseta—, y no quiere que la veas así.

 —Con más razón deberíamos estar con ella en casa —replica, bostezando y dejando caer la mejilla contra la almohada—. Las personas necesitan de otras personas cuando se sienten mal, incluso si ellos no crean que es así. —Mi corazón se comprime al oírlo, y en cuanto hace su último esfuerzo por levantar la cabeza y me mira desde la cama, quiero lanzarme hacia él y abrazarlo con todas mis fuerzas—. ¿Verdad, Gloria? —insiste, en el intento de hacer cambiar de parecer a su tío y que termine llevándolo de nuevo hacia Kendra.

Quiero decirle que tiene razón, y también me gustaría tranquilizarlo diciéndole que Mila se está quedando con su mamá esta noche. Sin embargo, su insistencia desaparece en cuanto sus ojos se cierran contra su voluntad, fruto del cansancio.

Desde el momento en que Blake me dijo en mi habitación que Wendell les había dado un ultimátum, supe que el muchacho de lindos globos oculares ya no tendría tanta tolerancia con el oficial. Temí que hiciera algo que pudiera empeorar la situación, y por eso me preocupé al saber que iba a encontrarse cara a cara con el sujeto que, actualmente, pasa a ser el causante de sus problemas.

Me giro en mi asiento y clavo la mirada en el parabrisas. Oigo el casi inaudible sonido de un beso siendo depositado en la frente de Kassian, seguido por las botas de Hensley aproximándose. Se deja caer en el asiento del conductor, exhalando todo el aire de sus pulmones y echando la cabeza hacia atrás. Ambos miramos al frente, a la calle silenciosa únicamente iluminada por las farolas. 

—¿Alguna vez odiaste a alguien? —pregunta por lo bajo, y traslado mi vista a su perfil. Su cabello está despeinado como es usual, un ceño fruncido y los labios ligeramente apretados decoran su rostro, y noto que su nuez de Adán hace un lento movimiento.

Luce impotente, triste y preocupado.

—A muchas personas. —Asiento, pensativa. Él se gira, clavando el celeste de su mirada en la mía. Parece incrédulo por mi confesión—. Lo sé, lo sé —me adelanto, sonriéndole con una pizca de gracia—. La gente suele creer que, por mi personalidad, no soy capaz de guardar rencor o aversión hacia alguien. —Estoy acostumbrada a la reacción que veo en él—. No es mi caso, y en realidad creo que... que a veces odio con tanta intensidad con la que puedo llegar a amar —reconozco—. Pero odiar no te hace una mala persona, como amar no te hace una buena. Puedes odiar a las personas corruptas, a los que lastiman a otros y a los estafadores, por ejemplo. Y, a su vez, puedes amar a alguien tanto como para ser capaz de matar a otro. En ese caso el odio y el amor toman los papeles del otro; el primero es el bueno, el segundo es el malo.

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