Déjà entendu ✓ 🏆

Proemio

Nueva York, 1997

La Avenida de las Américas era muy distinta por las noches. De todos modos, y aunque lo hubiera querido, Killian no lo hubiera sabido con certeza. Estaba en Nueva York para pasar el verano con unos compañeros de la Universidad de Harvard, y era la primera vez que pisaba la Gran Manzana, a pesar de estudiar tan relativamente cerca. Niños ricos que, según ellos, estaban en busca de algo nuevo, aunque Killian sabía que simplemente se trataba de drogas o sexo. La escena de clubes de Manhattan era famosa por proveer ambos con facilidad.

     Su compañero en la carrera de Literatura Clásica, Immanuel Beckermann, de origen alemán, les estaba prestando un piso que pertenecía a sus padres en la prestigiosa Quinta Avenida. Con ellos iban también Albert Inness y Philip Benton, a quienes Killian no conocía tan bien, pues estudiaban otras cosas que no tenía muy presentes y compartían muy pocas clases.

     Noche tras noche desde que habían llegado, los cuatro habían salido de fiesta. Killian no era ni muy social, ni muy parrandero. No bebía, y no fumaba, mucho menos compartía con sus acompañantes de viaje las líneas de cocaína que se metían con billetes de 100 dólares, sobre las mesas de los clubes con total impunidad. Así que se sentía un extraño. Alguien ajeno a ese ambiente y pensó que hubiera sido mejor ir a casa de sus padres como cada verano.

     De hecho, estuvo a punto de decirle a Immanuel que esa noche tendrían que ir solo ellos tres a ese lugar en la Avenida de las Américas, pues estaba muy cansado; no obstante el alemán le insistió y Killian era de esos a los que no les gustaba incomodar a las personas, por lo que prefirió decir que sí, antes de que siguiera pidiéndole que fuera. Entonces ahí estaba, con la música a todo volumen, quieto en su lugar mientras Albert y Philip se besuqueaban con dos mujeres cada uno, mismas que no supo ni de dónde salieron. Immanuel estaba frente a él, encaramado en la mesa de liso cristal, esnifando senda línea blanca de coca.

     —Killian. —Immanuel se irguió y echó la cabeza para atrás, peinándose con la mano el cabello color paja—. No te ves muy contento. ¿Sabes? Unos amigos de Penn están en la ciudad y me dijeron que podíamos verlos. Eh, eh, eh... no digas nada, aquí deja a estos dos, parecen muy entretenidos. ¿Vamos?

     Killian, no viendo más opciones, sintiéndose perdido sin Immanuel cerca, se puso de pie y esa fue su respuesta.

     Ambos chicos salieron a la calle rebosante de vida. Immanuel comenzó a caminar, y de no ser porque lo acababa de ver consumiendo drogas, Killian no creería que estaba en aquel estado. Parecía muy entero. Sería la costumbre, pensó. Anduvieron por la misma Avenida de las Américas, lo que le dio oportunidad de contemplarla y maravillarse. No fue hasta que sintió la mano de Immanuel halarlo que salió de su trance.

     Esperaba encontrarse con otro club llamativo, donde los hijos de los hombre ricos del planeta, como ellos, iban a embriagarse. Pero no, en cambio se topó con un pasillo angosto entre una tienda de souvenirs y un edificio de oficinas. A los pocos pasos, había una escalera que descendía a una puerta descuidada de metal. Estaba abierta, y desde ahí ya se escuchaba la música que salía del lugar. Todavía tuvieron que bajar más escalones. Finalmente llegaron a un sitio que Killian sólo pudo describir como un sótano con luz negra. Era un lugar muy pequeño, y estaba atiborrado. Se mantuvo cerca de Immanuel, quien parecía buscar a alguien.

     —Ah, ahí están. —Señaló estirando la mano, y quiso ver a qué, o quién rayos señalaba, pero no pudo. Lo siguió hasta un par de sofás, aunque sólo uno estaba ocupado por dos jóvenes como de su edad.

     La música no lo dejaba escuchar nada. Immanuel hizo el intento de presentarlos, sin embargo no pudo captar sus nombres. Y, siendo como era, no quiso preguntar de nuevo. Se sentó, incómodo y en silencio mientras Immanuel charlaba, o pretendía hacerlo, con los otros dos.