III

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No estaba muerto. No podía estarlo. ¿Dónde estaba el túnel y la luz al final del camino? No veía nada de eso. En cambio, estuvo de nuevo, como hace veinte años, en la Avenida de las Américas, en Nueva York, con los anuncios de neón tratando de dejarlo ciego. Pero con él no estaba Immanuel; iba solo. Comenzó a caminar sin dirección, quería preguntar algo, dónde estaba, qué año era, o lo que fuera, no obstante, los transeúntes lo pasaban de largo. Lo atravesaban, como si se tratara de un fantasma. Sintió una desesperación insana que comenzaba a acumularse detrás de los ojos, anunciando una jaqueca.

     Dolor, dolor, dolor. Sintió mucho dolor. En la cabeza y el cuerpo. También dentro, en una parte sin forma dentro de su pecho. «Donde debería tener el corazón» se dijo a sí mismo, y se llevó las manos a ese punto, para sólo encontrar un hueco. Un hueco tangible que podía delinear con los dedos. Cayó de rodillas sobre el asfalto y se miró las manos. Rojas. Rojas como la muerte.

     Dolor...

Dolor...

Dolor.

     Despertó con una bocanada de aire. El dolor y la angustia disminuyeron, aunque al erguirse en la cama, sintió todos los músculos atrofiados. El golpe que lo recibió fue el del fuerte olor a medicina. Estaba en un hospital, tuvo la certeza. Oteó la habitación... era un hospital privado, pudo notar. Y en una esquina, sentado con relajación en un sillón de cuero café, él.

     Thibault Fitkin leía el periódico, o lo estaba haciendo hasta hace un momento, con los lentes de carey puestos, antes de quitárselos al notar que ya había recobrado el conocimiento.

     —Creí que no despertarías hoy. —Se puso de pie, dobló el diario y lo dejó sobre su asiento.

     —¿Qué pasó? —aún descolocado, Killian preguntó, con los ojos oscuros muy abiertos, como asustado.

     —Te atropellaron. Justo enfrente de la cafetería donde nos veríamos. Eso fue ayer. Llevas casi... —Miró su reloj—. Sí, ya casi cumplías las 24 horas inconsciente.

     —Lo siento. Perdón por no llegar a nuestra cita.

     —Comienzo a creer que tanta tontería que dices va de broma. —Thibault se acercó—. Confieso que creí que me dejarías plantado. Al mismo tiempo escuché alboroto en la calle, pero no presté atención. Te esperé unos diez minutos, que es mucho más de lo que suelo esperar a las personas y cuando salí, vi el motivo de tanto escándalo. —Se plantó a un lado de la cama y observó a Killian hacia abajo, con desdén.

     —Me duele todo.

     —Sí, no te culpo. Mi primo, el médico que te atendió, dice que es un milagro que no tengas más huesos rotos.

     Cuando Thibault pronunció aquellas palabras, Killian se miró el brazo diestro, lo tenía enyesado y comenzó a darle comezón, aunque no podría rascárselo aunque quisiera.

     —Te atropelló un Ferrari, si eso te consuela —Thibault continuó con un dejo de burla.

     —¿Y qué haces tú aquí?

     —No iba a dejar que llevaran al nuevo consentido de mi madre a cualquier lado. Además, no pudimos contactar a nadie. El último número registrado que tenías en tu celular era el mío. Y el anterior, el de una tal Ali S. —Arqueó una ceja—. Le llamé pero no contestó. Le dejé un mensaje —aclaró al ver que Killian tenía intenciones de recular.

     Tenía mil preguntas y todas quisieron ser pronunciadas a la vez, lo que le provocó un agotamiento atroz y repentino. Se dejó caer de nuevo en la cama. Quiso decir algo, pero la puerta se abrió y ya no pudo.

Déjà entendu ✓ 🏆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora