X

5.1K 603 415
                                    

Incluso su padre lo alentó a salir, asegurándole que nada malo iba a pasarle si se ausentaba un par de horas.

     Killian no supo qué ponerse, pues desconocía la naturaleza de la reunión que Daniel tenía planeada. Le marcó en cuanto pudo para confirmar su asistencia, y luego mandó un mensaje a Thibault, diciéndole que saldría y que le avisaría cuando estuviera de regreso en casa, aunque no supo para qué hacía eso. El otro sólo le respondió con un «que te diviertas». Y allá fue.

     Eran como las ocho de la noche cuando llegó al apartamento de Daniel. Mateo ya estaba vestido, al menos. Ambos hombres le dijeron que era temprano, pero que podrían comenzar ahí, y destaparon sendas cervezas artesanales.

     —Prueba esta, tiene un ligero sabor a chocolate. Y luego esta... es muy buena, sabe a chile. —Daniel le estaba dando un recorrido por toda su colección de cervezas.

     —Con calma, o iré bastante ebrio a donde quiera que vayamos. No estoy acostumbrado a tomar. Y no me has dicho a dónde vamos. —Killian se sintió abrumado. Más allá, Mateo estaba jugando con una Playstation 4.

     —Ya lo verás.

     Killian bebió un trago, y debía aceptar que sabía muy bien, era un gusto muy suave. Miró la etiqueta, que poseía una minucia que las cervezas hechas en masa no. Sin embargo, no podía dejar de ver a Mateo por el rabillo del ojo, porque no sabía la naturaleza de su relación con Daniel, quien era casi de la edad de sus padres, más joven tal vez, pero no demasiado. No sabía que tuviera hijos. Es más, hasta donde estaba enterado, jamás se casó.

     Estuvieron un rato más en el apartamento hasta que tocaron a la puerta. El visitante era Facundo, o así se lo presentaron a Killian, un artista audiovisual de Argentina, y era como de su edad. Tenía un acento marcadísimo, era alto, delgado, de ojos color almendra y cabello rizado, oscuro, y algo crecido.

     —Facundo estará en México sólo unos días, por eso lo vamos a llevar a conocer un poco la ciudad. Sirve que tú te reconectas con tu país —anunció Daniel.

     —Sólo llevo ausente unos meses. —Killian rio.

     De ese modo, salieron los cuatro. Fueron primero a una mezcalería cerca de la casa de Daniel. Killian prefirió tomar cerveza, el mezcal era una bebida a la que le tenía respeto. Sus abuelos maternos a eso se dedicaron en vida, a destilar mezcal en Oaxaca, así que desde siempre aprendió que a esa bebida, debía acercarse con caución.

     La noche transcurrió con calma. No llovió, para su fortuna, y Killian en verdad dejó un poco de lado sus problemas. Casi siendo las doce de la noche, dejaron la mezcalería y caminaron hasta la Fuente de las Cibeles, cruzaron la Glorieta de los Insurgentes y llegaron a la colonia Juárez; a la parte denominada Zona Rosa, otrora lugar lleno de intelectuales, y hoy más bien un centro de ebullición de la vida nocturna de la ciudad.

     Había gente por todos lados, y en algún punto, Killian y Facundo se quedaron detrás de Daniel y Mateo, quienes ingresaron a un bar. Killian agradeció que fuese un bar, y no un club como música a todo volumen.

     Tuvo la sensación de ya haber estado ahí tan pronto puso un pie dentro. Tuvo recuerdos de hace mucho tiempo. En otro lugar, en otra vida. Conforme se fue adentrando, se dio cuenta que no, que jamás había estado ahí, pero sí en un sitio muy parecido, en Nueva York. Giró sobre su eje; no eran sólo hombres, también había muchas parejas de chicas. Se detuvo cuando más allá, vio a Daniel darle un beso a Mateo, un beso casto, tierno.

     Recordó a Immanuel, y su vida oculta. Inevitablemente, también recordó a Thibault, y algo en su pecho dolió.

     —Esos dos parecen muy ocupados. —Facundo se acercó por detrás—. ¿Me acompañas fuera a fumar?

Déjà entendu ✓ 🏆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora