XI

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La ligereza de la rutina se instaló en la vida de Killian. No que fuera algo malo; la seguridad de siempre saber a dónde ir y a quién acudir era algo que había estado buscando desde hace muchísimo tiempo. Desde que podía recordar. Y por fin comenzaba a tenerlo.

     Ese día, a la hora de la comida en Cambridge, Thibault le marcó.

     —Bueno.

     —Hola, hola.

     —¿Te interrumpo?

     —No, estaba terminando de comer. ¿Qué pasó?

     —Quería saber si podías venir a mi casa esta noche.

     —Diablos...

     —¿Qué sucede?

     —Alicia regresa de Rusia.

     —Oh, ya veo. —A Killian le pareció escuchar decepcionado a Thibault al otro lado de la línea.

     —¡Ya sé! ¿Por qué no me acompañas?

     —No le caigo muy bien a tu amiga.

     —Sólo cree que eres raro. ¿Puedes culparla?

     Pudo escuchar claramente a Thibault reír de manera disimulada.

     —Supongo que no. Pero... ¿no querrá ver sólo a su amigo? No quisiera estorbarles.

     —Es importante para mí que se lleven mejor.

     Acordaron verse tras la jornada en la universidad. Thibault pasaría por Killian, y ambos irían al aeropuerto por Alicia. Esperaba que las cosas transcurrieran con calma.

     Al regresar a sus investigaciones, el equipo completo fue reunido en una sala de juntas, y se les indicó que ya fueran cerrando sus respectivos casos, pues debían dejar todo en orden para cuando el año escolar terminara. Killian cayó en cuenta de esa realidad: pronto tendría que regresar a México.

     Toda su vida había tratado de encontrarse. Siempre se había tratado de un ejercicio de conocerse y reconocerse. Y jamás había dado con respuestas satisfactorias. Eso había cambiado hace poco y se dio cuenta que no consiguió la paz que esperaba. Lo que obtuvo fueron puras contradicciones. ¿Acaso eso no éramos todos? Corazones bombeando sangre, ideas y sueños, y pesadillas, y traumas, y miedos, y anhelos, y sonrisas a veces.

     —Pronto vas a regresar a México, Callahan. —Se acercó el encargado de la investigación—. Podrás cuidar a tu padre. Nos gustaría tenerte de vuelta después —continuó. Apretó el hombro de Killian y se marchó.

     Algo en Killian siempre le dijo que no funcionaba como el resto. No que ello lo hiciera sentir especial o algo por el estilo. Era sólo un hecho ahí, presente pero sin importancia. ¿Por qué? Por esa incapacidad que había demostrado para amar. Lo que sentía por Thibault estaba lejos de ser amor, pero no demasiado; era una promesa, la promesa de que podía desembocar en ello. La incapacidad que había demostrado para desear a alguien también, y ahora deseaba a Thibault.

     Ello contradecía su convicción de mexicanidad. Debía regresar a su país, y eso significaba dejar a Thibault en Inglaterra.

***

—Mira, estas son las propuestas finales para la portada. —Thibault le mostraba los artes a Killian desde una tablet. Ambos iban en la BMW X6 y Dylan manejaba, rumbo al aeropuerto.

     —Se ven bien —respondió con desánimo.

     —¿Pasa algo?

     —No, no, lo siento. —Killian se masajeó el tabique nasal con el índice y el pulgar—. Es sólo que hoy nos avisaron que debemos ir cerrando las investigaciones, porque el año en Cambridge está por terminar.

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