XVIII

3.5K 419 117
                                    

Se detuvieron en el siguiente poblado, para poder llevar al perro a un veterinario, Killian insistió mucho en eso, y el trato fue que Thibault no intentaría controlarlo todo. El médico les dijo lo que ya sabían, que el animal estaba desnutrido y las pulgas lo estaban acabando, no obstante y sorpresivamente, del golpe había salido ileso, excepto por el susto de los tres involucrados. Compraron todo lo necesario, a parte de algunas medicinas: una correa, una cama, alimento. Se quedaron esa noche en aquel pueblo que, al menos, contaba con un motel a orillas de la carretera. Éste les permitió tener a su nuevo acompañante en la habitación, a cambio de un poco más de dinero por la habitación (y con la promesa de que lo sacarían a hacer sus necesidades). Killian le dio un baño al pobre can con el jabón antipulgas, y cada dos horas, como había dicho el doctor, lo alimentaba. Tendría un año, a lo mucho, de acuerdo con el experto.

     —Ven a dormir. Necesitas dormir.

     —En un momento —respondió Killian, acondicionando un rincón para el animal—. Sólo deja que Rulfo se duerma —continuó, mientras acariciaba al perro entre las orejas.

     —¿Rulfo?

     —Como Juan Rulfo, el escritor. —Al fin Killian se puso de pie y giró.

     —Ponerle un nombre es peligroso. Quiere decir que te has encariñado.

     Ya lo había dicho él mismo, se encariñaba con facilidad.

     Se despertó para alimentarlo, si es que el animal lo requería, y para asegurarse que estaba bien. Thibault abrió los ojos una de esas tantas veces; lo vio ahí, iluminado por la fría luz del amanecer, azul y violeta sobre su piel morena, agachado, hablándole al perro muy bajito. Supo que Rulfo, porque así había sido bautizado ya, era mucho más que un ser al que Killian casi mata; era un símbolo, aunque no supo de qué. Ambos se movían por esas realidades paralelas de significados tergiversados y signos de salvajismo. Pero incluso, aunque compartían ese divorcio del mundo tangible, ambos andaban un sendero distinto, Thibault lo supo en ese instante y el corazón se le heló. Sus caminos podían ser equidistantes, siempre avanzando a la vez, jamás juntos; o podían ser perpendiculares, se juntaban en un punto, para nunca más volverlo a hacer.

***

El viaje siguió, con paradas cada cierto tiempo, pues Killian tenía que alimentar a Rulfo, y aplicarle las ampolletas antipulgas. Thibault no se quejó en ninguna ocasión, a veces incluso lo ayudaba a sostener al animal y comenzó a agarrarle cariño también. Todavía era un cachorro, que sólo quería jugar, y cuyos ojos oscuros y grandes podían desarmarte con facilidad. Cuando Killian iba manejando, era Thibault quien lo llevaba en su regazo.

     El trayecto que debieron hacer en menos de un día, terminaron haciéndolo en una semana. Fue una fortuna que Killian hubiera contado con el permiso especial de su trabajo, pues fue hasta el viernes siguiente a su partida que finalmente llegaron a la ciudad de Oaxaca.

     Buscaron un hotel en el centro, y al no ser temporada vacacional, sus opciones eran muchas, el problema ahora era Rulfo, pues estos establecimientos se mostraron menos flexibles que el motel de la carretera. Una opción que barajearon fue la de dejarlo en alguna pensión para mascotas, pero Killian no se mostró muy entusiasmado con la idea. Al final, y tras mucha insistencia, en un pequeño hotel familiar, detrás de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, lograron convencer al joven recepcionista.

     De ese modo, Rulfo se unió a la travesía, aunque por razones de seguridad y preservación, los animales no eran permitidos en su siguiente parada. Tras descansar esa noche, Killian llevó a Thibault a Monte Albán, un vestigio del México antes de la llegada de los españoles. Estructuras que habían desafiado al tiempo, y le habían ganado (un hito que su carne mortal no podía siquiera imaginar), sobre un mar de un verde tal, que lastimaba a la vista. Definitivamente era la mejor época para viajar a la región. Thibault se mostró fascinado, no sólo por la belleza del sitio, sino porque sintió que en la disposición de los palacios de una civilización extinta, podía encontrar una conexión invisible con Killian. Era... era como si Killian formara parte de ese lugar, y viceversa. Sus manos eran de piedra y sus ojos de obsidiana, su corazón latía desde el centro de la Tierra y hasta ese lugar, su sangre hacía crecer los pastos y la selva que los rodeaba, y lo entendió. Lo entendió todo.

Déjà entendu ✓ 🏆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora