XX

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Vértebras como una cordillera imposible de terminar de conocer. Vastos campos aún por ser descubiertos, conquistados jamás. El eco de los recuerdos reverberando como dentro de una cueva bajo el agua, entre las costillas donde nacen las gardenias de rojo sangre, una flor para un adiós. Sueños y ensueños que se mezclan con el sudor y con las lágrimas, con el no querer soltar lo que ya se ha ido. El intento de arrancar fantasmas enraizados en la piel, en la sangre y en los huesos. La carne entre los dedos, los labios entreabiertos, y los dientes hincados donde hay lugar, los besos desesperados. El no poder abrir los ojos, pero no querer cerrarlos, para verse por última vez y hasta el final de los días. El anhelo fútil de querer poner alas a lo que no puede volar. El deseo casi rabioso de dejar una huella indeleble, perenne para la eternidad, ahí donde los dolores son más hondos. No una cicatriz, más como un tatuaje, el vestigio que recuerde para siempre un pasado recluso, y uno más antiguo aún, uno libre como el mar. La muerte chiquita, que como un trago de tequila o como uno de mezcal es así, "la última y nos vamos".

***

Abrió los ojos durante la madrugada. Estaba boca abajo en la cama de la casa de huéspedes de aquel pueblo pequeño y olvidado, donde ellos juraron no olvidarse. La música todavía sonaba lejos, como si se fundiera en la neblina de las montañas. Entonces lo vio ahí, de pie, desnudo, con la silueta cortada por la fría luz de la mañana, mirando por la ventana. Había estado soñando con Nueva York, con la Avenida de las Américas, con aquel antro al que Immanuel lo llevó, con la primera vez que se vieron. Su mano colgaba de la cama, suspiró al sentir la fría nariz de Rulfo en sus nudillos, cruzó miradas con el animal, y regresó a dormir.

     Continuaron su viaje al día siguiente. En no más de tres horas, al fin estuvieron en su destino, primero el pueblo de Pochutla, y más allá, Mazunte.

     El calor era insoportable, pero de algún modo, el romper de las olas era tranquilizador. Consiguieron hospedaje en un hostal, ahí el perro no fue problema. No había mucha gente, pues todavía no era época vacacional. Tan pronto Rulfo pisó el suelo mojado de la calle de tierra y arena, unos niños locales comenzaron a jugar con él.

     Una vez que se hubieron instalado, se pusieron ropa más cómoda para la playa, y con el perro negro amarrado con la correa, fueron a recorrer la playa. Más allá estaba Zipolite, un destino un poco más conocido y desde su lugar, podían ver los hoteles un poco más grandes. Durante la tarde, hablaron sobre cualquier tema, sobre si Killian ya había calificado a sus alumnos, y si ya había logrado desbloquearse con su novela, a lo cual dijo que estaba cerca de conseguirlo. Hablaron también de un mensaje que les mandó Samantha a ambos, sobre las ventas de "Saturno", que iban bastante bien, si se consideraba que los libros de ensayos no eran precisamente las estrellas de las librerías. También le dijo a Killian que considerara algunas presentaciones en persona, que ella podía ayudarle. Mandaron algunas fotos a Alicia, que primero les criticó la técnica y luego los envidió por estar ahí, mientras ella se enfermaba un día sí y otro también en las Tierras Altas de Escocia, donde actualmente estaba fotografiando. A nadie enteraron sobre la resolución que ya habían tomado.

     Luego de algunos días, dejaron a Rulfo suelto, ya no se separaba de ellos y era muy bien portado, excepto cuando los niños estaban cerca, entonces era como si no existieran. Solían caminar mucho por la playa, con paso lento, con los pies hundiéndose en la limpia arena. Se sentaban cuando se cansaban, y Killian recargaba la cabeza sobre el hombro de Thibault. A veces sólo miraban el sol salir, o ponerse, sin decirse nada. El silencio entre ambos, de haber sido sumamente incómodo, se había convertido en algo correcto, algo que se sentía bien. Un confort que ninguno de los dos conseguía con nadie más.

     Porque en silencio lograban decirse lo que no podían con palabras. Killian, sin traicionar esa melancolía que parecía querer devorarlo, se había vuelto más seguro, más atrevido incluso, y Thibault, aún con su refinado desdén, era más relajado, más accesible también.

Déjà entendu ✓ 🏆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora