XIV

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—¿Qué querías ser cuando eras niño?

     —¿Qué?

     —Yo quería ser veterinario. Mi madre tenía muchos xolos, y siempre me gustaron esos y todos los perros. —Killian giró el rostro para ver a Thibault, que pareció confundido—. Xolos, xoloitzcuintles, los perros mexicanos sin pelo, ya sabes...

     —Quería ser juez —Thibault al fin respondió.

     —¿Qué? ¿En serio? No te imagino...

     —Lo digo en serio. Con la peluca allonge y todo. —Rio—. De hecho, consideré estudiar Leyes.

     —¿Qué estudiaste? No lo sé.

     —Administración. UPenn es de las mejores universidades para eso.

     —¿Por qué no lo hiciste? ¿Te obligaron a estudiar Administración?

     —No, pero yo sabía que tenía, y tengo todavía, un deber para con mi familia. —Se miraron—. ¿Por qué no estudiaste Veterinaria?

     —No iba a poder soportar perder a mis pacientes. —Killian regresó la vista al frente, hacia el techo—. Soy muy tonto, me encariño fácil, y no sé dejar ir las cosas.

     —Yo no te llamaría precisamente «tonto».

     Killian fue a protestar, pero Thibault no lo dejó. El segundo se giró sobre la cama para quedar encima del primero. Le sonrió y lo besó. Eran las tres de la mañana, y una de las últimas lluvias de la temporada no había cesado desde la tarde.

     Habían pasado dos meses desde que Killian había regresado a su país, y un poco menos desde que Thibault lo siguió. El verano terminó. Porque en algún punto debía terminar. Y con ello, Killian tuvo que regresar a su rutina. Diferente, sin su padre, y con Thibault presente, no obstante, había cosas inaplazables, como regresar a la Universidad Nacional Autónoma de México a dar clases. En ese periodo, puso al tanto a Immanuel y Alicia de todo lo que había sucedido, que no era mucho, pero sí significativo: «Thibault está aquí, se está quedando conmigo».

     Y cuando la pregunta de por cuánto tiempo llegaba inevitable, no había respuesta. No lo sabía. Ni siquiera Thibault lo hacía, y eso era alarmante; Thibault parecía siempre saberlo todo. A veces sólo contestaba que estaría ahí «hasta que tuviera sentido», cualquier cosa que eso significara.

     Mientras Killian salía a trabajar, Thibault se quedaba en casa, a hacerse cargo de todo lo referente a Silver Deer, con el sesgo de horario complicando todo, aunque en las noches, cuando se veían para cenar y se contaban sobre su día, Thibault le había dicho que delegaba mucho a Pippa, y que confiaba mucho en ella.

     Soledad, por su parte, estaba especialmente feliz de tener a un extranjero a quien cocinarle algo distinto todos los días. Thibault se dejaba mimar por la mujer, y aprendió pronto sobre cultura culinaria mexicana. Hubo mole negro con pollo, y tamales oaxaqueños, hubo pozole estilo Guerrero, y estilo Jalisco, hubo gorditas de haba y de chicharrón, hubo arroz con leche y helado de nata. Killian constantemente le decía que tenía suerte, pues Soledad era una gran cocinera. También, el inglés demostró ser un alumno avezado, pues aprendió muchas palabras en español en ese periodo, las suficientes para hacerse entender en lo más básico, aunque aún no podía mantener una conversación completa.

     Durante las tardes, cuando había tiempo, y los fines de semana, Killian le daba recorridos a Thibault por la ciudad. Se mostraba abrumado, alegando que por eso no frecuentaba los lugares turísticos, pues siempre estaban llenos de gente. Thibault se mostró agradecido con el gesto, y constantemente estaba haciendo preguntas. Para su fortuna, su guía era un hombre muy culto que podía responderle casi todo.

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