VI

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—¿Me estás escuchando? —Alicia trataba de contarle algo a Killian, pero éste estaba sumamente distraído.

     —Sí, lo siento.

     —¿Qué demonios te pasa? ¿Estás bien? ¿Cuándo te quitan el yeso?

     —Estoy bien. El fin de semana tengo cita con el médico, espero que ya me lo quiten.

     —Bueno, al menos.

     —Ali... —Killian pareció dudar un segundo y luego hacerse de fuerza suficiente para continuar—. ¿Puedo preguntarte algo?

     —Claro, ya sabes que pocas cosas me asustan.

     —Sí... —Se rascó la frente, no sabía cómo plantearlo—. ¿Cómo sabes si alguien te atrae?

     El rostro de su amiga pasó de la sorpresa a la alegría en un segundo. Se puso de pie de un salto y sacudió a su amigo, quien se quejó del brazo y entonces se detuvo.

     —¡¿Te gusta alguien?!

     —¡No! Claro que no. Es para escribir, y nunca me ha gustado nadie... así, por lo tanto no sé cómo describirlo. —Era lo más rápido que Killian había pensado en su vida.

     —Uh, bueno, supongo que te pones nervioso cuando esa persona está cerca. Quieres verlo todo el tiempo. Fantaseas con una vida juntos. No sé, todo depende si es sólo un crush o estás enamorado en serio. —Ali se encogió de un hombro.

     Mentalmente, Killian descartó uno a uno esos síntomas. O eso creía. Según él, ponerse nervioso estando cerca de alguien no era indicio de nada, porque se ponía nervioso con cualquiera. No tenía interés de ver a nadie todos los días (y olvidaba que a veces revisaba el celular por mero reflejo, para ver si tenía un mensaje nuevo). Y desde luego, no fantaseaba con una vida a futuro con absolutamente nadie. Era un solitario, y siempre iba a serlo; era mejor así. Se había acostumbrado a esa sensación, aunque eso no quería decir que estuviera bien. De algún modo, se recetó un placebo mental con todas esas cavilaciones.

     —Kill, pasado mañana vuelvo a salir de Inglaterra, ¡necesito que me pongas atención! —reclamó Ali como broma. Partiría de nuevo a un viaje de fotografía, esta vez a la helada Siberia.

     Killian decidió que su amiga tenía razón, y el resto de la noche dejó de pensar en lo que había sucedido en el café, hacía ya una semana. Thibault no se había comunicado con él, y en parte lo agradecía, aunque la incertidumbre amenazaba con desquiciarlo. Tampoco fue a la casa Fitkin en Windsor, le dijo a Samantha que estaba ocupado con asuntos de la universidad, sin embargo mantuvieron el contacto vía correo electrónico. Le pareció un medio un tanto passé, pero le gustaba sentarse a leer con calma, y responder con paciencia, muy diferente a cómo era comunicarse por mensajería instantánea.

     Acompañó a Alicia al aeropuerto y la despidió. Su avión llegaría a Moscú, y de ahí se movería en tren. Estaba bastante emocionada, jamás había visitado esa parte del globo. Desde luego, no le contó lo sucedido con Thibault. A partir de entonces, la existencia de Killian se volvió más solitaria. Todavía más. Constantemente estaba charlando con Immanuel vía mensaje de texto, pero tampoco quería molestarlo demasiado. Quizo preguntarle sobre Thibault, pero no sabía cómo, y la pregunta «¿para qué?» terminaba por quitarle las ganas. Más de una vez escribió preguntas concretas, sólo para borrarlas y nunca enviarlas.

     Fue entonces que decidió sentarse a escribir al fin. Aún no sabía qué historia quería contar, pero se forzó a rellenar la cuartilla blanca que lo retaba desde el monitor de su computadora.

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