XII

4.2K 586 300
                                    

El ventanal de su oficina siempre le había dado una vista privilegiada del Támesis y la ciudad, pero jamás se había detenido a contemplar el paisaje realmente. Ahora, tenía la silla ejecutiva girada en esa dirección, y observaba la lluvia veraniega que caía sobre Londres. Tenía el codo derecho recargado en uno de los descansabrazos, la mano tapando la mitad de su rostro, y una expresión de verdadera preocupación. También se notaba de malas. Thibault era un hombre difícil, sin embargo, rara vez se salía de sus casillas en serio.

     Con insistencia, volteaba a mirar el teléfono celular descansando en su escritorio. Su silencio lo estaba desesperando.

     La puerta se abrió de golpe. Giró la silla y un poco confundido, vio a Alicia entrar. Tras ella iba Pippa. Era la segunda vez que veía a la fotógrafa hacer eso.

     —Señor Fitkin... —comenzó Pippa, con la respiración entrecortada—, traté de detenerla.

     —No importa. Gracias, Pippa. Y ya te he dicho que me digas Thibault. —Se puso de pie. Su asistente y secretaria, hizo una reverencia y salió, cerrando la puerta.

     Caminó hasta Alicia, que se veía furiosa. Notó sus hombros mojados por la lluvia que afuera arreciaba.

     —¡Tú! —comenzó ella, y Thibault la dejó—. Tú, tú... ¡argh! ¿Cómo pude confiar en ti? Sabía que harías una cosa horrible, porque estoy segura que todo esto es tu culpa —fue a continuar, pero se dio cuenta de algo y se detuvo—. ¡¿No vas a decir nada?! ¡¿A negarlo al menos?!

     —No tengo nada que hablar contigo.

     —No, tal vez no. Pero soy su amiga, y me preocupa, Killian es...

     —Killian puede cuidarse solo. Deja de tratarlo como un perrito al que recogiste para hacer caridad.

     —¡¿Cómo te atreves?! —Alicia parecía que en cualquier momento se le iba a lanzar a golpes.

     —¿Qué sabes de él? —Thibault se giró, era obvio que no quería darle la cara al preguntar eso.

     Ella se quedó pasmada. Su diatriba se detuvo así de fácil.

     —Nada. Creí que tú... —Alicia habló más serenamente.

     Thibault negó con la cabeza. Aún dándole la espalda.

     —No sé nada de él desde hace tres días —confesó—. Fui a su casa, el guardia del edificio no supo decirme nada. La última... la última vez que lo vi, pasó la noche conmigo. —No dio detalles, desde luego—. Desperté temprano para venir a la oficina. Lo dejé dormido. Cuando regresé se había ido, y no ha respondido a su teléfono desde entonces. Pregunté al portero, dijo que salió como media hora después que yo, muy apurado. Me dijo que se veía alterado. Es todo lo que sé. —Se giró de nuevo para verla.

     Se miraron. Alicia se acercó a Thibault, pero lo pasó de largo. Jaló una de las sillas del escritorio, y se sentó.

     —Qué desastre.

     Hubo silencio Sólo la lluvia con su sinfonía cacofónica de gotas contra techos, pavimento y cristal los acompañó por algunos segundos, hasta que el teléfono móvil de Thibault comenzó a vibrar y sonar. Se apresuró para tomarlo, y vio la pantalla.

     —Es él —dijo en un hálito, y respondió. Alicia se quedó muy atenta.

     —Bueno —una voz débil y quebrada sonó al otro lado de la línea.

     —Killian, joder, ¿dónde has estado?

     —Estoy en México. —Killian estaba usando una economía de palabras poco usual en él, que a veces, cuando estaba nervioso, no sabía cuándo callarse.

Déjà entendu ✓ 🏆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora