II

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Aparte de tener que soportar a Immanuel toda la semana con sus «te lo dije», Killian se sintió culpable por haber estado investigando a Silver Deer, a los Fitkin y a Thibault. Una zambullida a la Wikipedia bastó para saber que entre los miembros de esa familia había un jugador de la Premier League, un doctor cirujano considerado en más de una ocasión para el Nobel de Medicina, y por encima de todo, Richard Fitkin, el padre de Thibault. También leyó algo sobre Theodore Fitkin y Theodore Fitkin II, éste siendo el hermano mayor de Thibault y muerto en la guerra de Afganistán. Lo lamentó, pero quien en realidad le interesó fue Theodore I, padre de Richard y fundador de Silver Deer.

     Sí, se sintió culpable, pero qué podía hacer si los Fitkin, como los Callahan, eran una de esas familias inglesas con varios miembros prominentes. Y siendo fieles a la verdad, Killian tenía una fea capacidad de poder sentirse culpable por todo lo que hacía, y hasta por lo que no hacía.

     Su curiosidad aumentó cuando leyó el contrato y se enteró que estaría trabajando para Samantha Fitkin, la esposa de Richard, no para Thibault, o el propio patriarca de la familia. La mujer, en efecto y como le había dicho su hijo, había sido una reconocida agente y editora bajo su nombre de soltera: Samantha Brockedon, y estaba retirada desde hace varios años, aunque leyó también que seguía teniendo mucha injerencia en las decisiones de Silver Deer.

     Tenía dudas. Dudas que fue apuntando en un post-it hasta que éste fue insuficiente y tuvo que usar el reverso. De ese modo, encorvado y aprovechando hasta la última orilla del pequeño pedazo de papel amarillo, ese viernes por la noche escuchó que tocaron a su puerta. Al abrir, el rostro de Alicia lo miró con ojos castaños y pecas sobre la nariz. ¡Ah! Qué bonita era. Porque era bonita, no sexy o despampanante, era una belleza que confortaba el alma, lo cual contrastaba con su explosiva personalidad.

     —Uff, Kill, acabo de bajarme del avión y vine directo aquí, ¿no me vas a dejar pasar? Traje cervezas. —Y alzó un six pack de Heineken.

     No, no la dejó pasar, en cambio la abrazó. La chica no correspondió, y es que no era una persona muy demostrativa, pero tampoco apartó a su amigo.

     —Ali, apestas —le dijo y ella ahora sí que lo empujó.

     —Si serás. He estado subida a un avión casi un día entero, ¿qué esperabas? Además vengo de Nepal, tuve suerte si me bañé una vez todo este tiempo.

     —¡Pero si estuviste como tres meses allá!

     —Fui a trabajar, no a descansar —alegó ella y se metió a la casa. Dejó las cervezas sobre una mesita baja, se giró y lo miró con los brazos en jarra—. Pero saqué fotos increíbles —sonó orgullosa.

     —De eso estoy seguro. —Killian cerró la puerta—. Lo que no me convence es que consideres bañarte todo un lujo.

     —¿Te destapo una? —Alicia lo ignoró por completo y tomó dos de las cervezas.

     —Me gustaría que te bañaras primero, para ser sinceros. Puedo prepararte el baño.

     —Valiente niño rico hijo de políticos que no quiere servidumbre en su casa.

     —No pienso quedarme en Inglaterra, ¿para qué necesitaría servidumbre? Además no me siento cómodo dando órdenes. Anda, ven... vamos a bañarte. —Se acercó a ella y la tomó de la mano para conducirla por un pasillo.

     —¿Me vas a bañar tú?

     —Ali, por Dios, te he visto desnuda y ya quedamos que no sentí nada.

     —Cierto, cierto. Fue en esa maravillosa noche de tu fracaso como amante —se burló ella—. Debe ser genial ser como tú, Kill. Aunque me sentí ofendida.

Déjà entendu ✓ 🏆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora