XVI

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Durante los primeros días de enero, Killian enfermó de gripa, sin embargo, insistía en seguir su rutina como si nada, a pesar de las quejas de Thibault, que le pedía que se pusiera en paz y fuera al médico.

     —No, no —dijo Killian aquella vez, la enésima en la que Thibault le pedía que al menos, se tomara un antigripal—. La mejor forma de curarse es mantenerse activo, y tomar jugo, mucho jugo... ¡Soledad! ¿Me haces un jugo? —continuó con la voz mormada y ronca. Iba y venía por la casa con la frente perlada por el sudor, producto de la fiebre.

     Thibault sólo lo observaba ir y venir, perdiendo la paciencia. Su gripa se prolongó, a falta de atención, pero Killian retomó sus clases en la UNAM; varias eran a las siete de la mañana, horario que no ayudaba a que se sintiera mejor. Tampoco quiso descuidar su escritura, dijo que por fin estaba llegando a un lugar con ella. Provisionalmente su novela llevaba por título "Déjà vécu", lo ya vivido.

     —Si sigues así, sólo vas a llegar al hospital —Thibault le refutó una o dos veces, sin éxito.

     Aquella tarde de viernes, fueron al cine, a insistencia de Killian, aunque Thibault le dijo que iba a contagiar toda la sala. La película que vieron no importó, de hecho, el enfermo durmió gran parte de ella y para molestarlo, el inglés le hizo preguntas sobre la trama.

     —Sólo me estás atormentando. —Killian sacó un pañuelo desechable y se sonó la nariz.

     —Como siempre.

     Se miraron y se sonrieron. Fueron a marcharse, a ir al estacionamiento por el Acura ILX y regresar casa, pero no pudieron.

     —¡Profesor Callahan! —Una chica de ojos almendra y mejillas del color del cacao, fue hasta ellos.

     —Hola... —Killian sabía quién era, tenía presente su rostro, pero por la gripa no pudo recordar el nombre. Entornó la mirada, haciendo un esfuerzo.

     —¡Berenice! Como la constelación y el poema, usted siempre me lo dice. —La joven acentuó la sonrisa.

     —Claro, claro. Y la canción. —Rio afectado por la enfermedad.

     Thibault se quedó más atrás, observando con atención el intercambio. Killian le contaba muchas cosas sobre sus alumnos, incluso recordó haber escuchado aquel nombre: Berenice. No obstante, jamás lo había visto interactuar con uno, hablarle, mirarlo, y aunque la gripa podía entorpecer el hecho, aún así le pareció fascinante, como ver un raro gato de los Himalayas salir de su escondite, un gato de Pallas de pupilas redondas.

     —Profe —la joven continuó con cierta familiaridad, dejando así en claro, que Killian era alguien cercano a sus estudiantes, pues otro catedrático no permitiría esas insolencias—, le presento a mi novio. —Jaló a un chico como de su edad, alto y muy flaco, ojeroso, con esa expresión que sólo los universitarios necesitados de sueño tienen.

     —Hola, Bere me ha contado mucho de usted. Quiero agradecerle lo que hizo por ella. —El muchacho pareció más taimado.

     El profesor, aturdido sobre todo por el dolor que sentía en la frente, no supo de pronto de qué le hablaban. Se arrebujó en la bufanda granate, sólo para toser contra ella.

     —El problema que tuvo con el profesor Trigueros —el joven aclaró.

     —Oh, claro, claro. —Killian recordó—. Me alegro que ese asunto haya terminado. Lamento que no lo hayan corrido. —Miró a Berenice.

     —Yo también, pero que usted haya ido a hablar ayudó mucho a que todo se resolviera. Al menos ya no va a dar clase —la joven continuó con resignación.

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