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Londres, 2017

Durante años, Immanuel le había insistido en que dejara de ser sólo un estudioso y se atreviera a publicar algo. Según las palabras del alemán, que ahora radicaba en Berlín nuevamente, estaba casado y tenía dos hijos, él era el mejor escritor que había salido de aquella generación de Harvard. Killian no estaba muy seguro, aunque le prometía a su amigo comenzar a escribir algo en sus tiempos libres, mismos de los que no gozaba demasiado, considerando que estaba en el país de su padre para realizar investigaciones en Cambridge como parte de un equipo de académicos enfocados a la Literatura de los siglos XX y XXI, y pronto tendría que regresar a México, donde había pedido un año sabático en la UNAM, institución donde impartía clases de Semántica, para completar este proyecto.

     El lunes anterior, Immanuel terminó por enviarle datos muy precisos: Silver Deer Publishing PLC, una dirección, que dijera que lo conocía (como señor Beckermann, claro) y que preguntara por alguien en especial, un tal Fitkin. Le aseguró que el hombre no estaría, pero que pronunciar aquel apellido le daría poder por sobre quien lo estuviera atendiendo. Killian no era de los que ansiaran poder, sin embargo allá fue un sábado por la tarde. Era incapaz de seguir negándose a Immanuel, que parecía más entusiasmado con la idea que él mismo. Se lo atribuía a que había contraído matrimonio a la fuerza y estaba encerrado en esa dinámica sin amor; lo veía y se preguntaba si habría sido distinto si aquella madrugada en Nueva York le hubiera correspondido. Lo dudaba, la familia Beckermann había tenido más que ver con aquella boda que el propio Immanuel. No era un tema del que hablaran, no obstante lograban decírselo con los ojos cada vez que se veían.

     Siguiendo las indicaciones que Immanuel le había mandado a su teléfono celular, y con un paquete en sobre manila bajo el brazo, llegó a un edificio altísimo, de puro cristal y acero, cerca del, informalmente llamado, edificio Gherkin y del Támesis. Desde luego no se trataba de un sitio específicamente hecho para la editorial, así que tuvo que registrarse en el lobby para luego subir en ascensor hasta el piso 30, el último y el que ocupaba la casa editora.

     Conforme fue subiendo, la gente lo fue dejando solo en el cubículo de metal hasta que finalmente arribó.

     ¡Tin!

     Estaba en su destino y escuchar el timbrar del armatoste lo llenó de un nerviosismo que hace mucho no sentía. Y es que no sabía qué hacer. Es más, no sabía ni qué decir. Al abrirse las puertas, frente a él se extendió una enorme oficina, al fondo estaba una puerta doble que supuso sería la del director, pero antes de eso, estaba un mostrador y detrás de éste, en letras enormes color plata y toques de rojo: Silver Deer Publishing PLC. Bueno, al menos no se había bajado en el piso equivocado.

     No esperaba encontrarse mucha gente por ser sábado, sin embargo el lugar estaba desierto. Entró en pánico, pero cayó en cuenta que si las oficinas hubieran estado cerradas, no lo hubieran dejado pasar. Suspiró para tranquilizarse, se acomodó la chaqueta de punto y con pasos exageradamente rígidos avanzó en línea recta al mostrador, donde debería estar un recepcionista. Al plantarse ahí, escuchó ruidos, alguien estaba escondido detrás. Creyó que le estaban tomando el pelo, o que la persona ahí debajo simplemente no lo había visto, ni escuchado entrar. Carraspeó para hacerse notar.

     Resonó tremendo golpazo desde debajo del mostrador, incluso Killian dio un pequeño bote en su lugar y se asomó. Agachado ahí estaba un hombre, tenía ambas manos en la cabeza, doliéndose del golpe que se había dado.

     —Dios mío, lo siento mucho —Killian se apresuró a decir, sinceramente apenado. Ese era su gran defecto, creía que todo, hasta las casualidades, eran su culpa.

Déjà entendu ✓ 🏆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora