XV

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La mayor parte del tiempo, Killian no entendía a Thibault, y esa era una realidad. Aunque si era justo, sabía que él también podía ser complicado de leer. Ninguno cedía demasiado. Claro, las discusiones por la ventana abierta terminaron cuando decidieron comprar uno de esos insecticidas que se conectan a la toma de corriente y funcionan toda la noche; y si bien antes pareció que lo importante primaba entre ambos, pronto esa idea se deslavó, y los pequeños detalles comenzaron a pesar. Y los no tan pequeños también. Había mucho que no se había dicho entre ambos.

     Durante esos días, salieron mucho, aunque evitaron las invitaciones de Daniel, a pesar de que, según se enteraron, Facundo había regresado a Argentina. Al menos, Killian pensó, mostrarle su país a Thibault le servía como recordatorio para él mismo, del porqué había decidido quedarse en México, y no en Inglaterra. Había algo en el olor de la tierra mojada, el pan de dulce, las verdulerías de barrio, la cerveza y las flores de cempasúchil, que lo ataba a ese suelo. Algo que reverberaba en su interior con intensidad, el recuerdo del regazo materno, apenas familiar, y la inmensidad de una ciudad poco organizada, pero suya.

     Killian logró, al fin, decidirse a escribir algo; una novela sobre un viaje, a lo Kerouac; una apología de sus propias vivencias recientes. Se lo comunicó a Samantha, quien se mostró muy entusiasmada. Ella, por su parte, le dijo que pronto saldría a la venta "Saturno", su libro de ensayos. Le mostró también el arte de un cartel que Silver Deer tenía preparado para repartir en las librerías o que sirviera como banner en el mundo digital. Killian se sintió abrumado por ello, aunque contento también. Nunca creyó que esto pudiera ser posible para alguien como él, por eso jamás lo había intentado. Por fin podía agradecerle a Immanuel tanta presión.

     Con el otoño llegaron las fiestas patrias mexicanas, aunque fuera de la comida que Soledad preparó, Killian decidió no celebrar, porque dijo que no había mucho por cual sentirse contento con el país a nivel político.

     —Usualmente la gente se reúne en plazas públicas —Killian explicó—, el presidente, o la cabeza de gobierno local, da lo que conocemos como "El Grito". Imita a lo que hizo el cura Hidalgo en la ciudad de Dolores, en Guanajuato para iniciar la Guerra de Independencia. Tocan una campana y todo, como lo hiciera él. En realidad deberíamos celebrar el 27 de Septiembre, que fue cuando terminó la guerra, no el 15 como hacemos, pero Porfirio Díaz movió las fechas para que coincidiera con su cumpleaños. —Se encogió de hombros—. En fin, como siempre, México muestra su idiosincrasia hasta en detalles como ese... fue un párroco quien inició la guerra para librarnos del yugo español, y la primera bandera fue un estandarte de la Virgen de Guadalupe. No negamos lo que somos, eso creo.

     Vieron el famoso Grito por televisión, la única que existía en la casa, en una especie de estudio de la segunda planta, y comieron lo que Soledad había cocinado. También vieron en aquella noche una oportunidad de probar una vieja botella de tequila que Oliver tuvo guardada por años. Por desgracia para ambos, el alcohol de agave los tumbó rápido, sin llegar si quiera a la mitad. Peor aún, la resaca que tuvieron pareció durar una semana.

     Lo que vino después ese año, interesó mucho más a Killian, y a Thibault también. Día de Muertos era algo que marcaba de sobremanera a México. Una de esas cosas que se le venía a la mente a cualquiera cuando le mencionabas este país.

     Killian se ofreció para ir por todo lo necesario para la Ofrenda tradicional, y Thibault lo acompañó. Fueron a la Merced y al mercado de Jamaica.

     Un mantel blanco, que representa la pureza, bordado con hilo azul al borde. Sal, para que los viajeros que viene desde el Mictlán no se corrompan, dispuesta en un pequeño plato de barro. Agua, porque ha sido un viaje largo, en un cántaro y en jarros. Veladoras, la luz que los guiará hasta el plano terrenal. Copal, para limpiar el ambiente. Ceniza en cruz, para expiar culpas. Calaveritas de azúcar, donde hubo una con el nombre de Milagros, otra con el de Oliver, y unas más pequeñas de chocolate y amaranto con los nombres de Killian y Thibault. Papel picado de todos los colores, porque esto es una fiesta. Flores de cempasúchil y alhelíes, porque su perfume ayudará a continuar a los visitantes. Comida, bebida, todo lo que aquellos que ya se fueron, disfrutaron en vida, que incluyó mole y pipián, arroz con leche, dulce de camote y de coco, una botella de mezcal, pan de muerto con azúcar, dulces de pepita, tamales canarios, ate con queso, e incluso una cajetilla de Delicados, los cigarros favoritos de Milagros; Soledad cocinó por dos días enteros, sin exagerar. Además de fruta, mucha fruta, alguna que Thibault jamás había visto: jícamas y tejocotes, mandarinas, plátanos, naranjas y cañas de azúcar. Finalmente, los retratos de aquellos a los que el Altar estaba dedicado.

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