IX

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4:36 AM
Lo siento mucho, tuve que viajar a México de emergencia. Estaré de regreso en Londres en un par de días, si todo sale bien.

4:37 AM
Perdón si te desperté. Voy a apagar esto, mi avión está por despegar.

Una llamada esa madrugada, noche de México, lo despertó. Su padre se había puesto muy grave y lo habían llevado al hospital. Sin dudarlo un segundo, Killian se puso de pie en un instante, para luego reservar el primer vuelo que encontró a la Ciudad de México. Los pronósticos no eran favorecedores para Oliver Callahan, y Killian no iba a dejar que su padre muriera solo. Aunque tenía la esperanza de que ese no fuera el desenlace.

***

Una lluvia fina, que parecía querer cortarle la piel, lo recibió en la ciudad que lo vio nacer. Nubarrones cuajados de agua cubría el cielo, e impedían ver el cielo la Ciudad de México, de por sí siempre gris por el esmog. Eran las diez de la mañana, hora local, y Killian se sentía completamente aturdido por el cambio de horario. Sólo llevaba un equipaje de mano personal, aún así, supuso que su primera parada sería la casa de sus padres.

     Salió directo a la calle en pocos minutos, ser ciudadano le facilitó todos los procesos. Tomó un taxi y pidió que lo llevaran al barrio de San Ángel, donde la casa Callahan-Herrán se encontraba. El taxi tomó Periférico, y debido a la hora, pronto llegaron al Sur, donde el viejo vecindario, de calles estrechas y empedradas, estaba.

     Fue recibido por la única servidumbre que mantenía su padre: Soledad, que hacía el aseo, cocinaba, y cuidó de él cuando era niño. Y Elpidio, un hombre que hablaba muy poco, algo gruñón, que se hacía cargo del jardín y cualquier labor manual que hiciera falta.

     —Mi niño, ¡ya lo estábamos esperando! —la mujer, muy bajita, encorvada por una vida de trabajo duro, de piel curtida como el cuero, saludó a Killian, dándole unas palmaditas en la mejilla, como solía hacer Samantha.

     —Vine en cuanto pude —respondió él en perfecto español, tomando la mano de la mujer.

     En cuanto dejó sus cosas, y Soledad insistió en darle algo de comer, Killian partió al hospital donde estaba su padre. Una institución privada en el Pedregal. Tomó un auto que hace tiempo había comprado y que rara vez usaba, pues prefería moverse en metro y metrobús. Un bonito, aunque impráctico Acura ILX color acero. A su lado, con una cubierta de lona, estaba un portentoso y raro Ford Mustang Mach 1 1972 blanco y negro. Era de su padre y ese automóvil era manejado con menos frecuencia todavía.

     Ahí estaba Daniel Izquierdo, un intelectual, poeta en específico, que formó, y aún formaba parte, del círculo social de Oliver, y de Milagros cuando ésta estaba viva. Al verlo, se puso de pie.

     —Muchacho, qué bueno que llegas.

     —¿Cómo está?

     El silencio de Daniel fue suficiente para saber que no eran buenas noticias.

     A ellos se acercó un médico. Hombre mayor, de tupido bigote entrecano y abundante cabello blanco, pobladas y poderosas cejas. Killian se sintió intimidado y extrañó a Eldad.

     —¿Es usted el hijo?

     —Yo soy.

     —Acompáñeme por aquí. —Con sutileza, tomó el codo de Killian para llevarlo a un lugar más privado.

     El doctor explicó a Killian lo que estaba sucediendo. El escritor entendió muy poco de toda la terminología médica, sólo palabras aisladas: fallo renal, muy viejo para trasplante, las próximas veinticuatro horas serán cruciales.

Déjà entendu ✓ 🏆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora