44. Si eres valiente

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MAM

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MAM.

Después de haber conocido la claridad que le otorgaba el sol al mundo terrestre, el cambio a los oscuros pasillos de mi hogar fue un golpe duro.

Me concentré en encender un fuego, una luz que al menos pudiera mostrarme la ubicación de mis compañeros. Nos encontrábamos en un sitio bastante bajo en el plano, y Asmodeo no iba a dejarnos una sola oportunidad de atraparlo. Era una trampa bastante obvia, como ya me había advertido cierta persona.

Me preocupaba la diferencia temporal entre el infierno y la Tierra: mientras que aquí no había pasado mucho rato, allí debían de haber transcurrido varios días.

Estaba deseando volver para darle la razón a Val. Lo cual era todo un privilegio para ella, pues no era muy habitual que admitiese que me había equivocado... Pero lo había hecho; una simple mortal había sido más precavida y más inteligente que yo.

De pronto, me hizo gracia que Valentine afirmara ser normal, teniendo en cuenta que había llegado a saber más de estrategias que nosotros mismos. Chica lista.

Ese pensamiento habría sido más reconfortante si me hubiera encontrado en otra situación; sin embargo, la negrura en la que estábamos sumidos no solo significaba que no podíamos ver, sino también que éramos una presa fácil para cualquier esclavo de la oscuridad que pasara por allí. Yo me había pasado mis primeras décadas de vida encerrado en cuartos oscuros, con los ojos vendados y privado de mis poderes. Me había ganado mis habilidades a pulso. Sin embargo, no podía decirse lo mismo de mis compañeros; para ellos, aquel tipo de combate a ciegas era nuevo, y ese era el problema.

Era curioso ver cómo, ante la misma situación, cuatro demonios que habían sido criados y entrenados en el mismo lugar actuaban de maneras tan distintas: mientras que yo buscaba canalizar luz y hablaba con la mayor calma posible, Amon solo destruía todo lo que encontraba a su paso y gritaba para mantenerse alerta, al mismo tiempo que Leviatán, por su parte, se limitaba a recorrer con libertad el terreno.

Hubo un instante durante el que dejé de sentir la presencia de Asmodeo, y eso no me dio buena espina, pues sabía que él no había escapado a este lugar específico por azar. Nada de lo que As hacía era casual; todo estaba medido al detalle, sin importar que yo no quisiera ser partícipe de sus juegos. Yo solo quería volver a la normalidad.

De repente, sentí su presencia de nuevo y escuché su voz:

—Estás haciendo un papel lamentable —comentó.

Al ver que ninguno de los otros reaccionaba, supuse que solo lo oía yo.

—¿Por qué no te muestras? —lo reté.

—Siempre tan seguro de ti mismo. —Rio—. ¿Has estado entrenando? Te ves más atlético, más fuerte.

—Te lo agradezco, es todo gracias al hecho de que tengo que cargar con el peso de ser el líder de este grupo y con la responsabilidad de arreglar las tonterías de todos ustedes.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now