54. Oro

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Las tardes pasaron, las flores crecieron y los nuevos aromas llenaron los lugares por los que nos movíamos

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Las tardes pasaron, las flores crecieron y los nuevos aromas llenaron los lugares por los que nos movíamos.

Al fin llegó el día de la fiesta de graduación; llevábamos esperándolo semanas.

Mam y Amon hacían sus cosas y charlaban sobre temas de su mundo mientras yo me maquillaba por videollamada con Dania.

La fiesta empezaría a las ocho, y mi vestido aguardaba extendido sobre mi cama desde esa misma mañana.

—¿Cómo están? ¿Van a ir? —me preguntó mi amiga.

—Son demonios, no creo que les interese —dije pintando mi párpado superior.

Había decidido contarle la verdad a Dani; no estaba dispuesta a seguirme distanciando de ella por culpa de las mentiras. Y, en esta ocasión, había insistido hasta que ella me había creído. Tal vez habían sido necesarios un par de trucos por parte de los chicos...

—Lo siento por no tener figura paterna —se quejó Amon.

—Sí la tenemos —interrumpió Mam—, pero no va a venir. Y el resto de nuestra familia, por llamarlos de algún modo, o nos odia o nos ha traicionado.

—Pero tú los has cuidado como si fueran hermanos —acotó Dani—. Ellos son tu familia ahora.

«Uno no se besa con su familia, Dania».

—Claro —suspiré. Luego me volví hacia los demonios—. ¿Quieren venir a mi graduación? —pregunté con sarcasmo.

—Nos encantaría —respondieron al unísono.

—Entonces, perfecto, allí los esperamos —declaró Dani

Corté la llamada y fui al baño para cambiarme. Me miré al espejo sonriente.

—Es un día especial, no lo arruines —me dije—. No digas ni hagas nada estúpido. Tus padres estarán allí.

Sin tacones, el vestido rozaba un poco el suelo; puesto se veía distinto, me hacía sentir como una princesa con su brillo. Además, era de mi color favorito.

Me calcé los zapatos sentada sobre el inodoro. Mi corazón latía a toda velocidad y me sudaban las manos, por no mencionar lo sentimental que me puse de repente.

—Eres una reina empoderada, nada de llorar. —Me señalé en el espejo—. Te ves bien, por cierto.

—Lo confirmo —dijo la voz de Amon.

—¡¿Qué?! No me digas que estabas viéndome.

—Estoy fuera, quiero hacer pis.

Abrí la puerta, y tanto Mam como Amon se esfumaron cuando mi padre apareció por las escaleras. Se le aguaron los ojos al verme. Su sonrisa era tan cálida que fue como si abrazara mi alma. Caminó despacio hacia mí hasta abrazarme de verdad.

—Te ves preciosa.

—¡Nuestra niña! —gritó mi madre, que venía detrás—. Mírala, se peinó.

—¡Ma!

«Opino lo mismo que ellos», susurró Mam en mi mente. «Eres fascinante, y no tenía ni idea de que era posible encandilar con tu brillo a alguien que ha pasado la eternidad rodeado de oro».

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now