03. Tres contra uno

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¿Cómo podía explicarle a la rectora que no había sido yo quien había incendiado mi habitación? Lo había hecho el demonio

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¿Cómo podía explicarle a la rectora que no había sido yo quien había incendiado mi habitación? Lo había hecho el demonio.

Bueno, uno de ellos.

No fue difícil para nadie adivinar quién era la culpable de la catástrofe: yo era la única que venía «con advertencia» para cada persona nueva que ingresaba a trabajar allí. Si no me escapaba de madrugada, destrozaba las instalaciones por la mañana.

Controlaron el fuego con uno de los extintores de emergencia de la zona de habitaciones y a mí me llevaron directa a la oficina principal del convento.

—Señorita Stamon. —El áspero tono de voz de la rectora era, en definitiva, lo último que quería oír.

—Buen día, Gladia, esos nuevos lentes le quedan genial —lancé un cumplido a lo primero que vi.

Lo que más me molestaba de la situación era que Amon se estaba muriendo de risa detrás de mí, y yo no podía decirle nada porque debía mantener «la compostura».

—Son las ocho de la mañana, Valentine. —La rectora me pasó el informe—. ¿Por qué quemó su cuarto?

Buena pregunta.

—Dile que amaneciste con ganas de calor —se burló Amon.

Aterrorizada, me fijé en la reacción de Gladia, pero el rostro de la mujer permaneció inmutable. Recordé lo que me habían dicho los chicos sobre que solo yo podría percibirlos. Me pilló por sorpresa que cumplieran con su palabra, así como lo difícil que me resultaba ignorarlos para continuar con mi cotidianidad.

—Déjala en paz. ¿Quién nos conseguirá dulces? —intentó defenderme Mam, aunque aquello sonaba más a burla que a salvación bienintencionada.

Era una verdadera tortura actuar como si no estuvieran hablando a gritos detrás de mí.

—La podemos extorsionar, no te preocupes —lo tranquilizó Amon.

—Los accidentes pasan todo el tiempo, invéntate algo coherente y pide otro cuarto —ordenó Levi.

—Considerando que la conociste mientras trataba de invocar al diablo con un tutorial de internet, dudo que haya mucha coherencia en ese cerebro —se mofó Amon.

Eché la cabeza hacia atrás; el circo que estaban montando empezaba a exasperarme.

—¡Basta! —vociferé—. ¿No ven que estoy en mitad de algo serio?

—¿A quién le está gritando? —La expresión de la rectora se llenó de preocupación—. ¿Se siente bien?

«Bingo».

—De hecho, me siento fatal, estoy mareada. —Puse una mano sobre mi pecho y aspiré una bocanada de aire—. Creo que fue por las velas que me dieron, ese aroma embriagante...

—Vaya a la enfermería —se limitó a demandar la rectora—. Ya veremos qué les pasa a las velas.

—Gracias —suspiré.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now