08. Nuevos amigos

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Los días de instituto se fueron haciendo más llevaderos

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Los días de instituto se fueron haciendo más llevaderos. Ya había bastantes alumnos que parecían tener al diablo en el cuerpo cada día, así que un par más no suponían ninguna diferencia.

Conseguí hacerles entender a los demonios que las charlas entre una chica y su mejor amiga eran sagradas, de modo que al fin tuve un poco de privacidad: los temas serios, secretos y controversiales de los que Dania tenía que hablarme lo requerían.

—Entonces me llevó a mi casa, aunque no sé, no me convenció que sea géminis. Dame tu opinión sincera, ¿me voy a quedar sola contigo y mis cuatro gatos?

—Mi opinión sincera es que necesitas conseguirte mejores amistades por si algún día te dejo, Dani.

—Para tu información, en tu ausencia hice un amigo.

—¿Tú? ¿Hablando con gente de nuestra clase? —cuestioné intrigada.

—¡Jamás! —chilló—. Es alguien de otro bachillerato, el de números.

—¿Quién es?

Dania, disimuladamente, giró la cabeza para escudriñar cada esquina en busca de su amistad. Supuse que también sería del último año, así que, en teoría, debía de estar por allí. Una sombra se proyectó desde algún punto detrás de mí, e iba a girarme cuando Dani saltó llena de felicidad.

—¡Ahí estás! ¡Agus, ven aquí, que te presento a mi mejor amiga!

El chico del invernadero se detuvo a nuestro lado y posó su mano en mi espalda, aproximándose a mi cuello. Dejé de respirar.

—Creo que eso no será necesario —dijo.

—¿Se conocen? Aún mejor. ¿Quieres hacer grupo con nosotras? —propuso Dania.

La mirada de Agus viajó de mí a ella, luego volvió a clavarse en mis ojos; sus pupilas bajaron hasta mis labios y luego a la zona en donde aún tenía puesta su mano. Al percatarse, me soltó de inmediato.

—Sería un placer. —El énfasis que le puso a la última palabra me descolocó.

Con una reacción tardía, parte de mi rostro se calentó; era mi culpa por imaginarme cosas. Ni siquiera conocía a ese chico.

—Valentine, ¿vas a hablar? —reclamó Dania.

Asentí con los labios sellados, actuar bajo presión se me daba fatal.

—Sí, sí —repuse, tratando de remediar mi error—. Hola.

Extendí la mano por inercia, pero enseguida me percaté de que era un saludo demasiado formal. Perfecto, había venido a este mundo a humillarme. De todas maneras, Agus correspondió a mi gesto, supuse que para no dejarme más en ridículo.

—Siempre es bueno verte. —Me sonrió—. Te informo de que el conejo ya está a salvo, pero ahora les tiene miedo a las adolescentes.

El profesor de gimnasia entró dando indicaciones sobre la actividad que realizaríamos ese día. Preferí esperar a que pasara lista antes de ir a cambiarme, y en el proceso descubrí que Agus tenía la mitad de sus horas libres porque había adelantado materias, así que solía meterse en las clases de otros cursos para matar el tiempo.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora