50. Mucha suerte, Val

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El estado de mi mente se deterioraba con cada hora que pasaba, dejé de entender lo que era real y lo que no

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El estado de mi mente se deterioraba con cada hora que pasaba, dejé de entender lo que era real y lo que no. Ese sitio era el infierno, literalmente: la temperatura subió tanto que las flores de los altares se secaron y la cera de las velas se deshizo como si las hubieran metido en agua hirviendo. Estaba sentada al final de los largos bancos de madera, con la cabeza entre las manos, respirando el poco aire que me quedaba y tratando de convencerme de que en algún momento me despertaría de esa pesadilla.

Al final, lo que me despertó fue el sonido del cristal al romperse...; una de las vidrieras había estallado.

—¡Val, si estás aquí, escóndete! —ordenó Amon.

No lo vi entrar, tampoco vi a Mam. Los segundos transcurridos entre el estruendo y la orden no habían sido suficientes para que me diera tiempo a levantar la cabeza. Aun así, seguí sus indicaciones al instante; me arrastré por el suelo hasta un rincón cerca del confesionario y me oculté.

—Uy, ¡tenemos visita! —exclamó Asmodeo—. ¿Viniste a salvar a tu princesa? —preguntó en tono jocoso.

—Si así fuera, ¿qué? ¿Cuál es el problema? ¿No sabes que hay quienes sí pueden luchar por las personas a las que quieren? —Se oyó cómo caía uno de los altares—. ¿O es que tu querido te ha dicho que lo suyo es más admiración que amistad y ahora te ha roto los esquemas?

Al principio me confundió que Mam se tomara el tiempo de hablar. Sin embargo, cuando no recibió respuesta de Asmodeo y no se escuchó ningún otro golpe, me di cuenta de lo que estaba haciendo: era más fácil vencer a As si este no se sentía seguro de continuar.

Había dos tipos de gente en un enfrentamiento: los que atacaban a los puntos débiles, a las partes más rotas de las personas, y los que iban de frente. Mam hacía las dos cosas.

El príncipe de la avaricia parecía querer abarcar todo entre sus manos, y a menudo lo lograba. Los otros demonios demostraban no ser competencia para él.

Pronto se hizo evidente que As no destacaba en el cuerpo a cuerpo; se notaba por cómo se estrellaba contra el piso de piedra del templo. Bullía de rabia, y sus rasgos fueron cambiando poco a poco: el color rosáceo de su piel se perdió bajo el brillo de sus ojos rojos, bajo el dorado de su cabellera y sus cuernos, mientras que sus alas se desplegaron y arrasaron con todos los objetos que lo rodeaban.

Una de las veces que cayó, aún desde el suelo, Asmodeo sacó el collar de donde fuera que lo tuviera escondido y lo sostuvo entre sus manos. Las gemas empezaron a brillar y él pareció ganar fuerza; pudo levantarse con más energía que antes.

Desde mi escondite, vi que Levi aparecía justo en ese momento. Sin embargo, siendo la serpiente astuta que era, solo se entrometería si creía que podía sacar algún tipo de beneficio de ello. Mientras tanto, no me cabía duda de que se mantendría esquivo y cuidaría sus movimientos.

En medio de la refriega, busqué una manera de alejarme sin que ninguno lo notara. No iba a huir, aunque tampoco creía que fuera una opción; en realidad, tenía otro objetivo en mente. Retrocedí sin obstáculos hasta que de pronto pisé un vidrio roto. El sonido alertó a Levi y él empezó a seguirme. Corrí al salón de invocación tan rápido que casi fue como si me hubiera teletransportado; estaba aterrada.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now