46. La trampa

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—¿Por qué pones esa cara?

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—¿Por qué pones esa cara?

No le respondí; estar allí me estaba consumiendo. Sabía que pronto me vería en la obligación de llamar a los chicos. No tenía alternativa, porque Dania se había quedado en el invernadero, y yo no estaba dispuesta a arriesgarme a enfadar a As cuando la vida de mi amiga estaba en juego.

—Vamos, si cooperas, no te pasará nada malo —trató de consolarme.

Lo que más me molestaba era esa sonrisa cínica que no desaparecía de su rostro. As era extremadamente atractivo en su forma humana, cada parte de su cuerpo parecía hecha a mano por artistas. Aunque, claro, supuse que ese era el objetivo: incitar a su propio pecado.

—No me mientas a la cara —exigí.

—Aunque te mintiera a la cara, no lo notarías. Ni siquiera teniendo todas las pruebas a tu disposición.

—No te lo creas tanto.

—No soy como los demonios con los que has convivido —espetó—. Puede que creciéramos en las mismas condiciones, pero nuestro aprendizaje fue distinto. —Se sentó a observar las velas mientras estas se derretían. No me miraba a la cara, pero no parecía deberse a una cuestión de incomodidad, sino al hecho de que mi presencia era insignificante para él.

—Te enseñaron bien, si lo que pretendían era que fueras el peor monstruo imaginable —murmuré resignada, sabiendo que no lograría nada intentando provocarlo.

—«Nos enseñaron», en plural. No solo a mí —corrigió.

—¿Cómo? —cuestioné.

Inclinó la cabeza hacia el extremo derecho del salón, a una zona que el fuego no alcanzaba a iluminar. Una silueta empezó a emerger de entre las sombras, al principio mezclada con la propia oscuridad. Mi cerebro no procesó lo que estaba viendo hasta que la figura estuvo tan cerca que fue imposible no reconocerla.

—Nos enseñaron muy bien —respondió Leviatán.

Si mis extremidades no hubieran estado sujetas a aquella incómoda silla de madera, me habría desmayado de la sorpresa.

Desde que Levi había llegado a la Tierra, no lo había visto sonreír con tanta naturalidad ni una sola vez. Le guiñó un ojo a As, y este pareció recibir un chute de energía con ese simple gesto.

—Hola, Agus —saludó Levi riendo—. Qué nombre tan inocente, pensaste en todo.

«Espera..., ¿él sabía lo de As? ¿Desde cuándo? Y... ¿cuánto sabía, realmente?».

—El objetivo era que no me reconocieras —susurró Asmodeo con el mentón bajo, huyendo de la atención de su amigo con una timidez que me confundió.

—Yo siempre te reconocería; no te soporté durante miles de años para no reconocerte ahora.

Ambos rieron, y pude percibir la complicidad que había entre ellos incluso en las microexpresiones que compartían. Me parecía imposible que la misma persona que hacía unos minutos me había amenazado estuviera rehuyendo ahora la mirada de un emo. Joder, hasta daba la sensación de que Levi no odiaba el mundo.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now