49. Quienes te aprecian no te dejan solo

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MAM

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MAM

Una lágrima rodó por la mejilla de Amon. Pese a ser el más joven de nosotros, era también extremadamente duro y estaba más que preparado para la batalla. Así que no, no lloraba por el dolor físico.

—¿Qué le pasó? —gritó—. No puedo creer que lo defendiera tanto para que resultara ser lo que todos decían: un idiota.

—Cálmate —murmuré, agotado—. Es muy pronto, no te alteres.

—Estoy hecho polvo.

—No pasa nada, lo arreglaré, te lo prometo.

—No tienes por qué cargar siempre con la responsabilidad de todas las situaciones, Mam. Nosotros sí somos un equipo.

—Gracias, Amon.

—Supongo que en algún momento de nuestra formación nos enseñan qué hacer en situaciones como esta, ¿no? ¿Cómo tenemos que proceder? ¿Qué piensas? —Resopló—. ¿Se lo diremos a los guías? Los mandamases del infierno nos van a enterrar si esto sale a la luz. ¿Tienes idea de cómo esta Val?

Quizá por la agitación del momento, Amon no se dio cuenta de lo rápido que salieron sus preguntas, lo complejas que me resultaron sus dudas y la forma en que se clavaron y perforaron la endeble estructura sobre la que me sostenía en esos momentos.

Mudo, me quedé mirando al horizonte, asimilando los problemas en los que nos habíamos metido. Entendí que Valentine hubiera escogido en dos ocasiones a alguien por encima de nosotros, que hubiera seguido las instrucciones de Asmodeo por cuidar a sus seres queridos.

Lo de Leviatán era lo que había terminado de desestabilizarme, pues, aunque peleáramos todo el tiempo, yo había llegado a considerarle un auténtico amigo. Y tanto Amon como él sabían que podían contar conmigo. De hecho, todo este lío se había iniciado por culpa de Levi, en realidad: él no había sido capaz de controlar a Asmodeo, y yo había tenido que ayudarlo.

Sin embargo, estaba aprendiendo poco a poco que esperar reciprocidad de los príncipes del infierno era esperar demasiado.

—¿Puedes levantarte? —indagué.

—En absoluto, no quiero levantarme. —Amon se frotó el cuello—. No estoy listo.

—Deja de dudar de ti —lo regañé.

—No te preocupes, por lo mucho que estoy sufriendo, tengo claro que esto es un entrenamiento —se burló, aunque sin molestarse en ocultar la pena en su voz.

—Qué bueno. —Me obligué a esbozar una sonrisa—. Si llamas «entrenar» a cometer errores, el camino va a resultarte fácil.

—¿Eso crees?

—De ganar o perder siempre se saca una enseñanza.

—¿Y qué se aprende al caer así de bajo? —inquirió riendo.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now