18. Puedo ayudarte

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En mis manos, el fuego parecía consumir el papel con mayor fervor

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En mis manos, el fuego parecía consumir el papel con mayor fervor. Por un momento me dio pánico desobedecer las advertencias de mis padres, pero supuse que, al fin y al cabo, ya tenía una plaza reservada en el infierno.

Decidida, levanté la mano para llevármela a los labios. Pero entonces alguien me detuvo y me arrebató el cigarrillo desde atrás. Me aferré al brazo de aquella persona y me giré enfurecida.

—Eso daña tu salud, ¿lo sabías? —Mam tiró el pitillo al suelo y luego lo pisó. Había aparecido de la nada, con un atuendo bastante moderno y varios collares en torno a su cuello.

Y al parecer creía que podía decirme qué hacer. Rechiné los dientes y le solté; la felicidad en su expresión me irritó.

—Las chicas buenas no se dejan influenciar por idiotas.

—No quiero hablar contigo. ¿Qué haces aquí? ¿Y quién te crees que eres?

—Estás actuando como una inmadura. Deja estas cosas, ¿sí?

—¿Tú estás invitado a esta fiesta? —inquirió Agus.

Aprovechando su intervención, me alejé de ellos sin mirar atrás y me escondí entre los largos pasillos de la casa repletos de jóvenes.

Tenía intención de ir al baño, pero había tantas puertas que era imposible localizarlo, y tampoco quería interrumpir la privacidad de nadie; sabía cómo solían terminar estas fiestas para las parejas y los ligues de instituto.

Apoyé mi frente en la pared tratando de calmarme. Tenía un lío enorme en la cabeza, y solo quería volver en el tiempo para deshacer aquella estúpida invocación y pasar un año normal.

Resistí las ganas de llorar. No podía huir de los chicos; lo había intentado esa noche y Mam se había presentado allí. No tenía escapatoria.

—Puedo ayudarte —me dijo una voz familiar por encima de la música.

Me separé de la pared tambaleándome un poco y me topé con Agus, aún sin camiseta.

—¿Sí?

—No te pongas así, vamos a salir de esto —sentenció.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

Me dio la mano y me llevó hacia una de las puertas; daba a una escalera de hierro que conducía a otra puerta más arriba. Lo seguí sin tener claro a dónde íbamos o por qué estaba dejando que me arrastrara tras él. Solo sabía que estaba mareada y no tenía fuerzas para discutir.

Cuando llegamos a lo alto, salimos a la azotea y Agus cerró la puerta detrás de nosotros. Yo lo miré en busca de respuestas.

—Sé por lo que estás pasando.

—¿Cómo?

—Levi, Amon, Mam —enumeró—. Sé que no son tus primos.

Me quedé perpleja. No me salían las palabras.

—Déjame guiarte —continuó.

—Es peor de lo que crees —terminé por confesar—. No hay nada que puedas hacer. Perdóname, yo...

Antes de que tuviera ocasión de acabar, Agus estiró los brazos y un destello de luz me cegó por un momento. Dos inmensas alas brotaron de su espalda en cuestión de segundos; las plumas lucían suaves y fuertes, del blanco más claro que había visto en mi vida.

Lo contemplé boquiabierta: las imponentes alas, el aro de luz amarilla en su cabeza, el tatuaje, la calma que me transmitían sus ojos... Me quedé sin aliento, con el corazón a mil, y me dejé caer sobre mis rodillas.

Tragué con fuerza al ver que se agachaba para hablarme.

—No te preocupes, Valentine —extendió su mano con intención de levantarme—, puedo ayudarte. Lo prometo. Vamos a acabar con ellos.

—¿Quién eres? ¿Qué eres? —farfullé.

—¿No lo has deducido aún? —rio—. Mírame bien, no todos los días tienes a un ángel frente a ti. 

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now