45. Siempre he sido yo, traicionándolos

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La acusación de Leviatán no fue un dardo lanzado a ciegas

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La acusación de Leviatán no fue un dardo lanzado a ciegas. Nada de lo que él hacía lo era.

Miré al lugar donde estaba sentado Mam. Tenía sus ojos fijos en mí, y no se molestó en apartarlos cuando nuestras miradas se encontraron. Ni siquiera se inmutó, como si tuviera derecho a provocarme escalofríos.

—Porque no me siento segura —afirmé—. Porque les tengo miedo. No podía seguir viviendo en paz dentro de la burbuja que habían creado para mí, porque no me contaban nada, supuestamente para «protegerme», y luego el desconocimiento me volvía vulnerable.

—Bien. —Mam puso los ojos en blanco; no pude evitar centrarme en la herida de su mejilla—. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras mientras no nos perjudique a nosotros.

—¿Cómo era el sitio al que fueron? —pregunté, incapaz de contener mi curiosidad.

—Oscuro, cálido, peligroso. —La cabeza de Amon cayó sobre mi hombro—. Como una fila para obtener un helado gratis, solo que sin recompensa al final.

—No me lo puedo tomar en serio si lo dices de esa forma.

—No te lo tomes en serio; serás más feliz cuanto menos sepas —dijo apartándose de mí—. ¿Ves que Dania lo pase mal? No. ¿Mel, sin embargo? Probablemente sí. El saber te abre los ojos y también las heridas, por lo que ahora eres más capaz, pero también más vulnerable, en contra de lo que piensas.

—Pues quizá no me importe pasarlo mal, en ese caso. Si uno nunca sangra, nunca crece.

—Sé que ahora te sientes invencible —carraspeó—, pero ¿qué vas a hacer con lo que sabes sobre el collar, los demonios o el infierno en unos años? Nada de eso es fácil de olvidar.

—Sobreviviré, igual que ahora.

—El tiempo hace perder sus batallas a sus mejores soldados, Val. Y nadie va a creer lo que digas.

—¿A eso le debo tener miedo? ¿A que la gente me llame loca? Por favor.

—Da igual lo que la gente diga, tienes muchas agallas, ¿verdad? ¿En serio crees que no volverte loca es una opción?

—Me parece muy dulce que tengan en consideración a su prescindible humana —ironicé—. Pero me da igual: no me siento parte de su equipo ni me siento segura, y empiezo a arrepentirme de no haber pedido ayuda antes.

—Ya te lo dije, haz lo que quieras —repitió Mam—. Simplemente no te hagas daño con ello.

Se echó de costado, con cuidado de apoyarse sobre el lado puesto a donde tenía la herida. Una de sus manos viajó a la parte baja de su pecho.

Dani entró al cuarto y, por su calma, me di cuenta de que ella no podía verlos. Me avisó de que ya estaban listos y fui lo más rápido que pude hasta el auto, ignorando los reclamos de los tres chicos. Teníamos cosas que hacer antes de que acabara el año, y una de ellas era tomar fotografías donde saliéramos naturales.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now