10. Enfrentamientos

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Los tres se levantaron de sus asientos y la tensión recorrió el aire

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Los tres se levantaron de sus asientos y la tensión recorrió el aire. Salté de mi silla rápido, había que parar aquello. Abrí la boca con la intención de gritar, pero entonces una voz me interrumpió. Nos interrumpió a todos.

—Chicos, los estoy esperando.

Leviatán se recostó en el marco de la puerta, con una bolsa en la mano y cara de no querer esperar a que resolviésemos nuestro problema.

—Val, nos vamos —sentenció Mam.

—No, ella se queda —me defendió Dania.

—Val —repitió Mam.

—No tienes que irte con ellos si no quieres, te defenderé. —Agus puso su mano sobre la mía—. ¿Los conoces siquiera?

—No te incumbe —espetó Mam—. Vámonos.

—¡¿No ves que no va a ir contigo?! —le gritó Agus.

Mam soltó una carcajada.

—Es importante, por favor —interrumpió Levi.

¿Por qué creían tener la potestad de decidir dónde debía estar yo en cada momento o lo que debía hacer?

—Ya dije que no.

Oí un chasquido por debajo de la mesa. Agus dejó de parpadear, y odié que una parte de mí supiera lo que significaba aquello. Todas las personas se congelaron a nuestro alrededor.

Era irónico: en varias ocasiones, había escuchado a los chicos quejándose porque supuestamente no podían usar sus poderes y, sin embargo, parecía que siempre los terminaban utilizando cuando les convenía.

«Diosa, dame paciencia».

Pasaron unos segundos y no me la dio, así que me vi obligada a gritar como la persona pacífica que era.

—¡¿Qué les pasa?! ¡¿Qué mierda se les metió en la cabeza para montar esta escenita?!

—Valentine. —Mam se frotó el rostro con exasperación—, por favor, ven con nosotros, ¿sí?

—¿Tanto costaba pedirlo amablemente desde el principio?

—Costaba —repitió Amon—. Ahora vámonos.

Sin previo aviso, se lanzó sobre mí con la intención de derribarme y tomarme como un saco de papas. Me levantó del suelo con la misma facilidad con la que levantaría una pluma, me tomó de las caderas y me acomodó sobre su hombro. Hundió sus dedos con demasiada fuerza en mi carne y una especie de descarga recorrió todo mi cuerpo. Me mordí el labio, ahogando un chillido.

Pataleé con todas mis fuerzas, pero él no se detuvo. Los tres echaron a andar y, desde mi posición, reparé en lo extraño que era ver a todo el mundo paralizado en mitad de sus actividades. Me hizo preguntarme qué otras cosas podían hacer los demonios.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now