Capítulo 9:

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RACHEL:

Dios. Le eché un vistazo a mi reloj.

—A esto se le llama retraso, Madison. Es de muy mala educación. —Retiré el chupete de su boca. Ya había tenido suficiente de él. Me miró mal—. Nosotras no podemos permitirnos eso, ¿entiendes? Luego el cliente se enoja.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, para ella debió ser como un receso de su infernal clase de protocolo. Empujé el carrito hasta que los vigilantes de turno, Felipe el de los sudokus y Reúsen el ex luchador, me ayudaron a bajarlo por las escaleras mientras Madison reía dentro de él al ser alzada. Yo, por el contrario, los seguí de cerca preocupada de que se pudiera caer y por lo tarde que íbamos a llegar. Por más amable, el tiempo de Diego Acevedo valía dinero.

El mío también, pero no tanto como el de él.

—Gracias —le dije a ambos antes de que desaparecieran.

Reúsen, el alemán, me guiñó dándose la vuelta.

Sin embargo, su coquetería no fue la única sorpresa de la mañana. Fuera de mi edificio estaba Diego esperándome con el maletero de su Lamborghini abierto. La impresión de encontrármelo hizo que casi me resbalara con la humedad del suelo aún cuando estaba sujeta al mango de la carriola violeta de Maddie.

—Die... diego —tartamudeé por la impresión—. ¿Qué haces aquí?

—Quedamos en vernos a las nueve, son las diez. Llamé a tu oficina para disculparme porque también me quedé dormido y me dijeron que acababas de llamar diciendo que llegarías, probablemente, una hora más tarde —dijo sin sonar molesto—. Como conozco tu dirección, ¿por qué no pasar y llevarte? Quizás necesitabas ayuda. —Besó el dorso de mi mano tras hacer lo propio con la de Madison—. Me asusté, Rachel. No puedes culparme. Eres una mujer muy puntual.

Mis mejillas se ruborizaron a causa de su encanto español. De repente quería soltar no una, sino miles de risitas tontas.

—Lo soy.

No contento con acelerar mi corazón, me dio una sonrisa coqueta.

—En caso de que te lo estés preguntando, sí. Esto es una maldita excusa para verte.

Me mordí el labio.

Aunque me enojaba descomunalmente que alteraran mis planes, no me quedaba de otra que aceptar el aventón a su propia casa. No estaría bien que lo rechazara, no podía permitirme perderlo como cliente, lo que él debía saber muy bien. Quizás de taxista sería más rico que como arquitecto.

—¿Quién te dijo que necesitabas una excusa para verme? —Al inclinarme para sacar a Madison, me aseguré de dejar bastante clara la carga sexual en mis palabras a través del escote de mi blusa—. ¿Nos vamos?

Diego tragó sonoramente, hermoso y lleno de ego, asintiendo.

Lo último que vi antes de que cerrara mi puerta para meter la carriola en el maletero, fue el evidente nerviosismo en sus ojos. Cuando Madison me atrapó mirándolo, le devolví la sonrisita como si nada hubiera sucedido. Durante el trayecto el español se mantuvo en silencio. Yo, como no quería causarle un infarto, simplemente me aseguré de que Madison estuviera feliz en mi regazo y que no se acercara a la palanca de cambios. Uno de los detalles más curiosos de la belleza femenina era que todas teníamos ese brillo que se hacía más grande y notorio con la experiencia. Muchas podíamos no darnos cuenta de ello. Muchas podíamos no sacarle provecho. Muchas podíamos envolver en él a quiénes nos rodean sin realmente buscarlo, pero las que sí sabíamos de su existencia y cómo usarlo éramos potencialmente peligrosas. Yo, aún con un bebé, cada día era más consciente del mío. Aunque no lo usara las veinticuatro horas del día, ya fuera porque mi atención estaba completamente en Madison o porque en realidad no me interesaba, a veces era necesario sacarlo para evitar la pérdida de práctica. Fuera por quién fuera, familiares, amantes o amigos, todas merecíamos sentirnos adoradas como estrellas.

Deseos encontrados © (DESEOS #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora