Capítulo 33:

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NATHAN:

Si un día pensé que manejar mi propia vida era difícil, teniendo en cuenta que existían muchas otras dependiendo de mis acciones, estaba equivocado. Monumentalmente equivocado. Cuidar de Madison, sentir que ella dependía de mí en cada aspecto que pueda existir, era asfixiante y fabuloso a la vez. Me fascinaba verla. Sus ojos grises analizaron todo a su alrededor cuando se despertó. Supuse que debió gustarle, pues no lloró y aceptó jugar conmigo cuando preparé una zona improvisada de juegos en la sala. La adoraba. Mi niña era perfecta. Mía.

Apostaba que ningún otro imbécil perfecto podría haberla hecho tan perfecta como yo.

Por otro lado, nunca había estado tan asustado. Temía que jugando se cayera y se golpeara. Ahora más que nunca me aterrorizaba no ser suficiente para ella. No aceptaría volver a la realidad de antes sin su sonrisa traviesa. Además de juguetes, nos rodeé de cojines y almohadas. En ese momento su pequeño cuerpo escaló por mi costado una vez más. El pulpo morado cuyo nombre desconocía se posicionó en el sofá, otra vez, antes de que sus diminutas palmas lo lanzaran a una sábana en el piso. Jadeé cuando gateó hasta él y volvió a subir mi pierna. Dios. Llevábamos más de media hora haciendo lo mismo. Intenté en repetidas ocasiones empujarla a hacer algo más, pero ella parecía entretenerse mucho intentando subir al mueble por su propia cuenta. Incluso pensaba que arrojaba a su compañero gracias al constante arrebato de ira por no poder cumplir su objetivo, sintiéndose mal luego, así que la ayudé, pero eso no le gustó.

—¿Nunca te aburres de esto, pequeña flor? —le pregunté.

Como respuesta Madison se concentró más que las veces anteriores y apoyó sus manos en mis hombros para luego afincar su pie en mi costilla y levantarse. Le di un pequeño impulso alzando la tela de su suéter, rogando que no se diera cuenta. Ella por fin se sentó en la superficie de cuero. Sonriéndole a su expresión victoriosa, la tomé en brazos y caminé con ella hasta la cocina. La senté en el mesón después de haber buscar su compota de mango y un aperitivo para mí. Aceptó con entusiasmo cada bocado. Cuando terminamos de comer sus mejillas estaban manchadas. Ella suspiró como si no estuviera llena y se dejó caer sobre mi pecho, ensuciándome. Buena señal. Todavía confiaba en mí para cuidarla, lo que era fantástico ya que teníamos mucho que recuperar. Nos llevé de vuelta a la sala y encendí el televisor, sentándola en mi regazo.

Con la mano que no la sostenía alcancé mi iPhone y llamé a Rachel.

—Estaba a punto de llamarte —contestó sonando afligida.

Me alarmé al detectar un temblor en su voz, lo que me llevó a preguntarme si su cita le había hecho algo. No era tonto. Sabía desde un principio que se vería con alguien, probablemente un hombre. Ella, que cotidianamente se veía hermosa, hoy había estado deslumbrante. Mi cuerpo se tensó al recordar que inclusive había ondulado su cabello. El vestido blanco que usaba también abrazaba cada una de sus curvas, pero se diferenciaba de los demás con los que la había visto porque tenía mangas y su escote era recatado. Su intención al arreglarse, claramente, había sido verse linda, no sexy. Por alguna razón eso me molestaba más que las vestimentas ajustadas que normalmente usaba y me hacían perder la cabeza.

Pero no era tan estúpido como para pedirle explicaciones. Ella había hecho un buen trabajo por los dos pasando a través del incómodo momento que vivimos en el ascensor, uno que no arruinaría dándole otro motivo por evitarme. Estaba dejando todo de mí, por otro lado, intentando ganarme su confianza como la madre de Madison. No lo echaría todo a la basura por un beso.

No importaba lo mucho que me moría por probar sus labios de nuevo.

Que un idiota estuviese propasándose con ella, sin embargo, y necesitase que la defendiera iba más allá de que me gustase o no. Era la madre de Madison. Debía cuidar de ella. Si eso significaba que tuviera que tomar mi auto e ir con mi hija a buscarla, lo haría.

Deseos encontrados © (DESEOS #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora