Capítulo 40:

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Sábado, 31 de diciembre del 2011

NATHAN:

Estábamos a dos horas de recibir el año nuevo. Lámparas, luces y mesas decoraban el jardín de la casa Van Allen. Muchos reían con copas en la mano, la mayoría parejas con niños que correteaban de un lado a otro, mientras que otros escuchaban lo que Lucius tenía que decir. A diferencia de ellos, yo me ocupaba de mi pequeña flor en una esquina. Ella se mantenía de pie gracias al muro de una mística fuente que la tenía hipnotizada por los colores que se formaban en el agua gracias a la iluminación. Se veía hermosa a niveles extremos en un vestido azul eléctrico cortesía de Anastasia, un abrigo del mismo color cubriéndola ya que hacía frío.

El problema era que a penas la dejaba caminar.

—Te incomoda, ¿no?

Su carita se giró hacia mí e hizo un puchero. Acaricié su mejilla regordeta hasta que sonrió y volvió a mirar los efectos acuáticos. Me sorprendía que pudiera divertirse tan con algo tan sencillo cuando había sido mimada hasta el cansancio por sus abuelos. Era hipócrita de mi parte, lo sabía. Era el más alcahueta de sus deseos de bebé. Sin embargo, era su padre, mi función era malcriarla ya que Rachel se encargaba de la disciplina y no podía dejar de sentirme molesto con de otros tomando mi responsabilidad. Mi ubicación, por otro lado, me permitía vigilar a su madre, quién no dejaba de robar miradas debido al vestido de sirena del mismo tono que el de Maddie que usaba. Añadiendo su cabello suelto y sonrisa encantadora, ¿quién no la vería?

—No creo que el fuego pueda aparecer de repente. Deja al pobre chico en paz —soltó Loren sentándose frente a mí, refiriéndose al mesero que llenaba su copa con champagne a cada segundo.

—Confío en ella —gruñí—. Pero no confío en ellos.

Madison se arrastró hasta llegar a mí y se recostó en mi pierna, balanceándose.

—Deberías estar con ella, camarada. —Loren tomó a mi hija. Iba a exigirla de regreso cuando se levantó y esta empezó a jugar con su oreja—. Acósala. Yo me encargo.

—Puedo cuidar de las dos al mismo tiempo.

—Eso no lo dudo. —Sonrió—. ¿Pero podrás cuidarlas a ellas y también al ex?

—¿Al ex?

Seguí la dirección de su dedo y lo que encontré hizo que el aire escapara de mis pulmones, que no tardaron en hincharse de nuevo con molestia. Un pelirrojo se acercaba a Rachel con las intenciones claras en su mirada. Me pregunté qué tenían los fósforos con ella. ¿A caso prendía su fuego? Mierda, no. Yo era el único que podía prenderse, quemarse y consumirse con ella.

Nadie más.

—Hola, amor. —Sujeté su cintura con firmeza y suavidad, marcando mi territorio sin hacerle daño, pero dejándoselo claro a él—. ¿Has visto a Maddie, nuestra pequeña hija de que estamos muy orgullosos y que se parece a mí y a ti porque es de ambos?

Rachel frunció el ceño y se tensó entre mis brazos.

—Se supone que tú la estás vigi...

—Lo estaba, pero tu hermano llegó hace más de una hora y se la llevó. —Nos di la vuelta, bloqueándole la visión de Loren saludando a todo el mundo con nuestra hija—. No sé en donde pueden estar y la casa es muy grande. —Levantó una ceja con incredulidad—. Me pierdo con facilidad.

Separó sus tiernos labios para responder, pero un carraspeo la detuvo. Gruñí. ¿Su ex no había entendido la indirecta? Imbécil. ¿Qué hacía aquí, de todos modos? ¿Lucius no sabía que el infeliz había traicionado a su hija? Si le hicieran aquello a Madison me vengaría, además de que, por supuesto, no le dejaría poner un pie en mi casa.

Deseos encontrados © (DESEOS #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora