Capítulo 36:

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Martes, 29 de noviembre del 2011

RACHEL:

Después de nuestro encuentro en casa de John y Luz, Nathan no tardó en proponer la segunda cita. Esta vez tomaríamos un café en el antiguo sitio de trabajo de su hermano. No pude negarme. De un momento a otro mi vida se había convertido en una esfera de miedo a lo desconocido y de nerviosismo. Haría cualquier cosa por volverme a sentir como yo misma, inclusive aceptar que mis sentimientos, aún después de verlo casi todos los días, se habían mantenido y no disminuido en contra de lo que en un principio pensé.

En resumen, no paraba de preguntarme si él tenía la razón.

Si la que algún día tendría que disculparse sería yo.

Los signos de desenfrenada pasión decían que no, pero mi lógica decía que sí. La manera que tenía de mirar a Madison, los pequeños detalles que tenía con ella, su protectora personalidad de padre consentidor, la amabilidad y la amistad que sentía que habíamos establecido, la intimidad, la complicidad al hablarme, al mirarme, al estar junto a mí, eran factores a considerar que me robaban la razón. ¿Podía confiar en él y saltar? Me había dicho que disfrutaría del momento mientras lo hacía caer en su error, pero el asunto, el problema, estaba en que no podía hacerlo hasta que no consiguiera una frase que me exonerara de sentirme como una tonta por estar pensando en mantener una relación de cualquier tipo con Nathan Blackwood.

Lo quería, pero me sentía culpable por hacerlo

Así que para no confundirme más, me consolaba diciéndome que era muy pronto y que él no dejaría de atraerme, que a menos que engordara y envejeciera treinta años no podía dejar de imaginarlo como uno de los modelos de Calvin Klein. Por su parte, la voz coherente dentro de mi cabeza tomaba un amplificador y me gritaba que yo no podía esperar cuarenta años para dejar de sentir deseo por él.

Inclusive, muy dentro de mí, pensaba que Nathan se vería apuesto con canas.

Estaba desquiciada.

—Iré a verme con el señor Blackwood. Serán solo un par de horas —le hice saber a Cristina a penas me percaté de que faltaban quince minutos para las una de la tarde.

—Por su puesto. Mándale saludos a Nathan de mi parte —respondió con la misma sonrisa insinuante que estaba en el rostro de Gary y Eduardo cuando lo mencionaban.

Puse los ojos en blanco. A pesar de su áspero comienzo, eran los mejores amigos desde que Nathan empezó a llevarnos a Madison y a mí a casa cuando llovía, por lo que se la pasaban hablando de recetas de cocina mientras esperaban por mi salida.

—Lo haré —gruñí.

De camino al café me encontré con las dudas asaltándome de nuevo. Temía estar caminando hacia mi propia trampa. ¿Qué sucedería si con la cercanía mis ganas de estar con Nathan crecían? A estas alturas eran insoportables, un nivel más y me desmoronaría.

Borrando la estupidez y el temor, di el primer paso dentro del local. Las campanitas sonaron como siempre que un cliente entraba. Saqué los guantes de mis manos y me colgué el abrigo de brazo, quedando solo con el traje de falda a la cintura y camisa blanca de botones. Habían hecho remodelaciones. Ya las paredes no eran de suaves tonos pasteles, sino de una combinación de colores que interpretaban un amanecer. Me recordaban a la habitación de Kevin, dónde Luz personalmente había pintado las docenas de nubes blancas con algodón durante tres días.

A diferencia de la primera vez que salimos, ningún comerciante asiático me dio alguna sorpresa y Nathan ya se encontraba esperándome en una pequeña mesa en la parte frontal. Miré con anhelo las mesas rectangulares y extensas. No sabía el por qué de su extraña afinación con violar mi espacio personal.

Deseos encontrados © (DESEOS #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora