Capítulo 10:

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NATHAN:

Maddie se grabó a fuego en el interior de mis párpados. Durante la estancia en casa de Diego no pude dejar de mirarla, mucho menos de desear que todos desaparecieran para estar a solas con ella y comprobar o descartar la idea que iba maquinando mi mente. El primer round, o intento de cumplir lo anterior a falta de una vara mágica o un hoyo negro en el que arrojar a los otros, traté de sentarme junto a ellas en el jardín. Diego, por supuesto, lo arruinó a base de absurdos celos y posesividad hacia su organizadora de eventos. Bufé ocupando el lugar al lado de Esmeralda al otro extremo. Si él supiera la potencial identidad del padre de la pequeña Madison o cómo de loca podía ser Rachel, no se tomaría tantas molestias de caballero de antaño.

El segundo intento, por otro lado, casi resultó. Casi. En esta ocasión fue Luz quién me dio la oportunidad de tenerla en brazos cuando decidió ir al baño. La madre de Diego fue la que me la arrebató alegando que la lastimaría segundos después. No pude no darle la razón. Mi experiencia con los niños era escasa, así que no protesté y a partir de allí me concentré en desviar cada una de las miradas asesinas de Rachel.

La tercera fue la vencida.

—¿Estás segura de que quieres irte, cariño?

Apreté el borde de la mesa con mis manos. ¿Por qué la llamaba así?

Rachel tuvo el descaro de sonrojarse.

—Sí. Debo atender un asunto —contestó—. Mi compañero de piso está teniendo algunos problemas. —Se levantó y empezó a recoger los juguetes de Madison de la mesa. Luz la ayudó—. Lo siento, de verdad, nos gustaría quedarnos por más tiempo, pero tengo que ir a ayudarles.

¿Compañeros de piso?

—Espera, ¿qué dijiste, cariño? —Bárbara de Acevedo abrió los ojos como platos—. ¿Vives con alguien? —Rachel asintió—. ¡Diego! ¡¿De nuevo con una mujer casada?!

Diego se atragantó con su jugo.

—¿Qué? Yo... ¡yo te juro que no sabía! —Miró a Rachel acusatoriamente—. ¿Por qué no me dijiste que eras casada, cariño? —le susurró con la intención de que no escucháramos, cosa que no sucedió—. Mamá... —Se llevó a la mano al pecho fingiendo estar indignado—. Te juro que no lo sabía y que lo más pronto que pueda conseguiré que firme esos papeles de divorcio, ¿sí? La amo tanto que estoy dispuesto a perdonarla. —La miró con súplica—. Aunque no será fácil. Me haré el difícil al principio, pero todo sea por el amor —añadió cuando lo anterior no la convenció.

Arrugué la frente.

Si Rachel se casó, ¿Madison tenía el apellido del imbécil que encontró para suplantarme? Eso tendría sentido. No podía tener una hija sin padre.

—No estoy casada.

—Raquel, ¿entonces quién es el padre del bebé? —indagó Esmeralda.

Fue a mí a quién todos dedicaron una mala mirada por traerla, pero aún si esta fuera por Esmeralda y no por Madison, mi subconsciente lo tomó como lo segundo.

—Eso deberías preguntárselo a tu padre. —Harta de la mayoría de nosotros, la organizadora de Luz se dio la vuelta y empezó a arrastrar un cochecito en el que había puesto a Madison dentro, quién reía sujetándose a sus pies—. Así como a mí no me molesta que me llames Raquel, espero que a ti tampoco te moleste que te llame hija. —Le guiñó—. De cariño.

Esmeralda, por fin consciente de que el cariño de Rachel podía ser veneno, dio por finalizado el lanzamiento de ácido. Por el rabillo del ojo noté cómo Luz y su madre, aliviada por no tener que ver a su hijo cortejando lo prohibido, de nuevo, reían. Al parecer eran del equipo R.

Deseos encontrados © (DESEOS #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora