Capítulo 14:

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NATHAN:

Se supone que debería ir corriendo hacia ella y besar sus pies. Desde el punto de vista de John y del resto de la población eso es lo que se supone que debería hacer, no quedarme inmóvil como una estatua. Por suerte mi hermano se fue alegando que tenía asuntos que atender, dejándome resolver este asunto por mi propia cuenta. Secretamente lo agradecí. Ya era suficientemente malo saber que estaba peldaños por debajo de él en el ranking de irresponsables. Convertirlo en testigo de las consecuencias de mis malas decisiones era demasiado. Lo peor de todo era que ahora entendía la razón detrás de todo gracias a su pregunta.

Nunca fue Rachel, ni Madison, ni John.

Siempre fue mi puta actitud y yo.

Cuando se levantó del banco, supuse que para buscar a Madison, comencé a acercarme lentamente hacía ella recordando cómo habían sido nuestros encuentros y rogando que este no se tratara de nosotros gritándonos otra vez. Ajusté mi corbata y puse mi mejor expresión de paz y amor antes de dar el paso final. Estaba de espaldas a mí. Necesitaba tener el maldito aspecto de E.T si quería un poco de esa cosa agradable de la charla con Rachel. Casi me veía a mí mismo levantando las manos y diciendo venimos en paz. No tenía idea de cómo se suponía que debería comenzar a llevar toda la mierda fuera, así que opté por tocar su hombro.

—Hola —saludé.

Sentí cómo se tensaba antes de darse la vuelta y verme con amplios ojos grises. Su mirada pasó de desconcertada a asqueada en un santiamén.

—¿Nathan? —dijo mi nombre como si no creyera que estuviera ahí—. ¿Qué quieres?

Mi garganta se secó.

Nunca estuve tan jodidamente nervioso.

—Quiero hablar, Rachel.

—No. —Era rotundo—. No tenemos ningún tema en común.

Apreté la mandíbula. Como la mierda que no lo teníamos.

Me atreví a tomar su muñeca cuando empezó a desfilar lejos de mí.

—¿Madison no lo es?

Miró la unión entre nuestras manos con una ceja arqueada.

—¿Me sueltas?

—No. —Imité su tono—. Madison es mi hija.

Ella misma se soltó.

—¿Tu hija? —Bufó entrecruzando sus brazos llenos de bolsas de boutiques—. No sé si necesito usar anteojos, pero no te vi ahí cuando nació o cambiando pañales en... —Arrugó la frente mientras contaba con los dedos. Había desechado su helado a la basura segundos antes de que me acercara a ella—. Ninguno de sus seis meses de vida. Eso vendrían siendo unos... ¿ciento ochenta paquetes de pañales?

—Rachel —advertí.

Esto estaba colmando mi paciencia. Sabía que debía trabajar duro para ganarme su perdón, más el de Madison que el suyo, pero joder. Esto era entre mi hija y yo. A su madre también la compensaría de alguna forma con el paso del tiempo, quizás ayudándola a recuperar un poco de su propia vida, pero el verdadero asunto era padre e hija. Rachel no podía actuar como una barrera tan firme. No decía que lo mereciera, pero al menos debería escuchar lo que tenía que decir.

—¿Qué, Nathan? —Se acercó—. Dime qué quieres, ¿lastimarla? ¿Herirla? ¿Llevarla lejos de mí? ¿Actuar como el padre del año cuando en todo este tiempo nunca pasó por tu mente de qué color serían sus ojos? ¿Si era niña o niño? ¿Si se parecía a ti? Pues no, no estoy de acuerdo con ninguna de las opciones, ¿sabes por qué? —Negué. No estábamos yendo en la dirección que quería, pero al menos estábamos yendo hacia algún lugar—. Porque si Diego no hubiera aparecido en mi agencia, si no hubiera terminado en su maldita casa o en Brístol en general, tú nunca la habrías buscado por tu propia cuenta, ¿o me equivoco? —Silencio—. ¿Ves? —Sonrió como si estuviera satisfecha de haber dejado claro su punto: yo como la peor mierda—. Lo que estás haciendo, sea lo que sea, es puro compromiso. No te quieres sentir mal o que las personas a tu alrededor lleguen a juzgarte por ser una basura.

Deseos encontrados © (DESEOS #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora