VIII: Sendas unidas

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Con las instrucciones de los paramédicos, Mallory y Ludwig fueron hacia los edificios que les indicaban, en busca de más heridos que pudieran atender

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Con las instrucciones de los paramédicos, Mallory y Ludwig fueron hacia los edificios que les indicaban, en busca de más heridos que pudieran atender.

Era una buena forma de que la bruja se distrajera por ratos para no preocuparse de cómo debía estar Annarieke, y seguir ayudándola a la vez. En la acera de uno de los barrios, la chica vendaba las heridas del brazo de una señora que había sido atacada por su propio hijo, mordiéndola. Pensó que si encontraba las hierbas correctas, podría cicatrizar en menor tiempo que cualquier herida de un caballero de Avra.

Bajó la mirada, consternada.

—Mallory —la llamó Ludwig para que volviera a prestar atención a su trabajo—. Estará bien, te lo prometo. Ella no suele quedarse congelada ante las bestias, pero créeme cuando te digo que ha pasado peores. Después de la incursión de Maraele, no pudo moverse de su habitación por casi tres días, y Heinrich tenía que llevarle la comida —rio, tratando de tranquilizarla, pero su compañera se veía incluso más alarmada ante sus palabras. Se preguntó cómo durante tantos años siendo su amiga, nunca la hizo desistir de un sueño tan peligroso—. ¡Quiero decir!, no le va a pasar nada. Está con Heinrich de todos modos, y es el más fuerte de los tres.

La pelirroja asintió, sin estar muy convencida.

Ludwig le pidió que se apartara de la herida, y acercó su collar a esta.

De repente, el brazo de la mujer se envolvió con una tenue luz, que al menos había aliviado la inflamación, e impediría que se infectara.

—Pensé que solo en las leyendas los caballeros de Avra podían hacer esas cosas —murmuró asombrada la mujer, y Mallory parpadeó varias veces, como si no pudiera creerlo. Había escuchado sobre la manera en la que trabajaban, pero jamás presenció algo como aquello.

—En las leyendas, Avra había sido incluso capaz de volar, como la mismísima Laias —apuntó ella.

—No estoy seguro de que pueda hacer eso, y la verdad, espero no tener que averiguar si es realmente posible —respondió Ludwig—. ¿Cree que dentro haya alguien más?

La señora tomó con fuerza el brazo de Ludwig, aun si tal movimiento le dolía. Sus ojos tenían una expresión de espanto, como si hubiese recordado algo importante.

—Hay un niño, en el mismo piso en el que vivo yo, el tercero. Es huérfano, no tiene a nadie más que a su cachorro. Por los Espíritus, espero que no le haya sucedido nada... —sollozó apenada.

—¡Está bien! —Mallory trató de calmarla—. Iré a verlo y haré lo que esté a mi alcance si está herido.

—¿Mallory, estás segura? —inquirió Ludwig, notando que aún tenía trabajo en el que ayudar a los médicos, y no podría ir a acompañarla.

La muchacha asintió, con algo de duda.

—Confía en mí.

Podía reconocer en su rostro la necesidad de ocuparse de todo lo que estuviera en sus manos para no seguir pensando en Annarieke, por lo que la dejó ir.

Voluntad de hierro (El juramento de los guardianes I)Where stories live. Discover now