XXII: Canción de cuna para una mariposa

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Bajo la lluvia de la medianoche,

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Bajo la lluvia de la medianoche,

los leones descansan sobre la fresca hierba

y los gorriones duermen acurrucados en sus nidos.

Mas la pequeña mariposa sigue revoloteando entre la neblina,

y se detiene ante la piedra oscura sin nombre.

Entre saltos llega a sus dedos, y los recorre,

haciendo palpitar su roto corazón.

Ante la piedra oscura sin nombre esperaba cada noche

la reina de los cuervos, con aflicción.

Se ha enamorado de la dulce mariposa,

Y no quiere esperar más junto a la lápida vacía.

Los escorpiones se acercan, cautos,

y los cuervos se forman a su alrededor, atentos.

Los leones descansan sobre la fresca hierba,

los gorriones duermen acurrucados en sus nidos,

y a la noche aún le quedan horas.

Temblando de frío, y sintiéndose terriblemente mareada, Krisel abrió apenas los ojos, parpadeando un par de veces.

Un dulce canto la había despertado y quería encontrar el origen de la voz, pero al intentar sentarse y saber dónde se encontraba o por qué estaba allí, sintió un espantoso dolor de cabeza que la hizo quejarse.

Tratando de ignorarlo, al reconocer en la oscuridad aquel lugar como una de las antiguas cárceles en el sótano del castillo, se estremeció con miedo, y al instante, las lágrimas se asomaron en sus ojos.

Shhh, shhh, tranquila... —murmuró una suave voz, y al voltearse con brusquedad, sintiendo un nuevo mareo, encontró a una chica que parecía tener la edad de sus hermanos, de cabello muy largo y oscuro, y piel sumamente pálida, como si fuera un fantasma. Uno bastante hermoso, debía admitir.

Además, notó que su voz concordaba con la canción que había escuchado en sus sueños, y le estaba entregando un cuenco con lo que parecía ser agua, sin decir una sola palabra.

Sin dudarlo ni por un segundo, Krisel lo tomó y empezó a beber, pero notó que su sabor era agridulce y poco agradable, por lo que terminó tosiendo un poco y haciendo una mueca. Parecía uno de esos remedios que le obligaban a tomar las sirvientas cuando se enfermaba, pero ella no estaba enferma, y la bebida no le quitó ni el dolor de cabeza y mucho menos la hizo sentirse más tranquila.

Volteó hacia la chica fantasma, que para su suerte seguía allí, observándola de forma impasible como si no la mirara a ella en sí, y estuviera pensando en muchas otras cosas.

Voluntad de hierro (El juramento de los guardianes I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora