VI: La melodía de una estrella

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Iltheia, Antheros

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Iltheia, Antheros.

En el momento en el que una sirvienta entró en la habitación de Alaia, la joven se abrazó a sí misma sin moverse de su lugar en la cama, y comenzó a toser sin control, murmurando después un quejido.

—Espero que esto la haga sentir mejor, su alteza —deseó la sirvienta con sinceridad, mirando muy preocupada a la muchacha de quince años. Dejó al pie de la enorme cama una bandeja con el almuerzo y algunas medicinas; Alaia apenas asintió con la cabeza, y la mujer hizo una reverencia antes de retirarse.

La joven esperó en su lugar un largo tiempo, hasta que se quitó las cobijas de encima, y de un salto se levantó de la cama, y abrió la puerta del cuarto del baño.

—¿Sigues allí, Aester? —preguntó con una suave pero temerosa voz, y del lugar salió de manera muy lenta una pequeña niña que tocaba el vestido azul que usaba, como si tratara de acostumbrarse lo más pronto posible a este, pues estaba un poco grande para su tamaño—. ¡Te queda perfecto! Combina con tus ojos —la halagó, cubriéndose la boca con su mano.

—¿Está bien que lo use? —preguntó la niña, en una vocecita muy tímida, sin dejar de observar la tela. A pesar de ser un diseño simple, se veía demasiado hermoso y costoso, como todo alrededor de Alaia.

Sin querer vio sus muñecas lastimadas, enrojecidas y sensibles al tacto, después de haber permanecido atada un largo tiempo, y aunque las cubrió detrás de su espalda, Alaia las había notado también. Cabizbaja, fue hacia su ropero, del que sacó una capa de un color azul más oscuro y de estilo moderno, que colocó alrededor de la niña, y muy nerviosa, ella no quiso aceptarlo.

—¡Lo siento! No puedo quedarme con nada de esto... —musitó, casi a punto de llorar.

—Es ahora tuyo —decidió Alaia con firmeza—. Está bien, puedo tener todos los vestidos que quiera, no lo voy a echar en falta —rio, quitándole importancia pero la niña no parecía estar convencida—. Lo siento, es todo lo que puedo hacer ahora. Te daría dinero, y sé que va a sonar ridículo, pero mi tío no me deja usarlo, pues aquí puedo tener todo lo que desee —murmuró apenada, mirando hacia el suelo, como si supiera que estaba atrapada en una mentira que se convencía a sí misma de creer.

Aester quiso hacer algo para consolarla. Después de todo, era la única persona que realmente se había preocupado por ella en el tiempo en que había estado en ese enorme y lujoso lugar, pero solo bajó la cabeza también, antes de que con decisión, Alaia tomara su mano y abriera la puerta, sacando la cabeza con cuidado y observando hacia todos lados en el pasillo.

—Mi tío está de viaje hoy y no tendremos otra oportunidad. ¡Tiene que ser ahora!

Aester no pudo responder a aquello, porque la chica empezó a correr con ella, ambas descalzas, a través de los pasillos del palacio; bajaron escaleras y se detuvieron cada vez que veían a un guardia real acercarse sin dejar de ver atrás con el temor de llamar la atención de los sirvientes.

Voluntad de hierro (El juramento de los guardianes I)Where stories live. Discover now