XXVI: Sed de sangre

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Annarieke sostenía al Señor Fritz en sus brazos mientras bebía una taza de té de hibisco, y aunque el rostro del felino no era el más agradable, tampoco hacía nada por escapar

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Annarieke sostenía al Señor Fritz en sus brazos mientras bebía una taza de té de hibisco, y aunque el rostro del felino no era el más agradable, tampoco hacía nada por escapar. Parecía echar en falta a la persona que siempre lo cargaba a todo lugar.

Cuando una de las oficiales se presentó ante ella con una reverencia, la chica se levantó de la mesa de inmediato, y sin soltar a Fritz, se acercó.

—¿Ha encontrado algo?

La mujer asintió, extendiéndole una pequeña bolsa de evidencia con un informe.

—Se encontró en el piso subterráneo. Pregunté a algunos sirvientes y a su majestad, y coincidieron en que pertenecen a su excelencia, el conde de Beyla, Oskar Wagner. También se hicieron pruebas con magia del tiempo y se descubrió que la princesa Krisel fue la última en tocarlas. ¿Tiene algún conocimiento de todo esto?

Annarieke no sabía cómo explicar que no tenía conocimiento de nada de lo que le había mencionado, y que ni siquiera le encontraba un sentido a aquello. Krisel le temía demasiado al sótano del castillo, y mucho menos sabía por qué el conde de Beyla habría dejado sus gafas allí.

Tomó el objeto, y por un instante ansió poseer aquella denominada magia del tiempo; aunque tenía varias limitaciones, su mayor ventaja permitía observar por un corto instante el pasado de un objeto o persona. Anhelaba ver el rostro de su hermana por última vez, pero algo muy en el fondo le decía que tal vez no habría sido un momento lindo de presenciar.

Estaba confundida, pero con rapidez se volvió a la oficial, como si acabase de tener una idea.

—Mi hermano es más cercano al conde, seguro él tiene alguna idea al respecto —aseguró, pensando en buscarlo.

No obstante, la mujer bajó la mirada, incómoda. No sabía cómo explicárselo a la princesa sin contradecir la palabra del príncipe.

—¿Sabe algo más?

La oficial suspiró.

—Su alteza, el príncipe fue quien encontró el objeto, pero mencionó que no lo reconocía, a diferencia del resto de personas que fueron interrogadas. —Supo que algo no estaba en orden en ese entonces, pero el príncipe se veía tan seguro en aquel momento...

Annarieke entornó la mirada con preocupación, y apretó al gato más contra sí misma sin darse cuenta, hasta que este soltó un quejido.

—¿Él lo aseguró? —inquirió, empezando a temer lo peor. Había estado tan preocupada por su padre y sus compañeros, que por un momento pensó que Benedikt, que casi siempre mantenía todo en orden, estaría bien, aunque con ciertas heridas, al igual que ella.

Pero sabía, tanto como Mallory, que algunas veces esto no era así, y por irónico que pareciera, era cuando el chico aparentaba estar mejor.

—Sí, su alteza. —Asintió la mujer.

Voluntad de hierro (El juramento de los guardianes I)Where stories live. Discover now