XVI: La bestia de las profundidades

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Advertencia de contenido: Arañas (?)

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Advertencia de contenido: Arañas (?).

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Sumergiéndose cada vez más al fondo del mar, Annarieke finalmente fue capaz de ver a Aester, o, a quien estaba muy segura de que podía ser ella.

Cuando llegó de regreso al templo de Fenkranos, apenas había tenido tiempo para decidir que lo más importante en aquel instante era la vida de la niña, y que sus compañeros podían encargarse de la bestia que había nacido en el río.

Buceó un poco más, y notó que la niña se había hundido en el abismo marino, y parecía apenas consciente como para intentar salir de allí. Blai tenía razón: a pesar de su forma, la pequeña no sabía nadar.

Incluso si sabía que no era el momento más indicado, y que no aguantaría contener el oxígeno en su interior por mucho más, no podía evitar admirar la extraña forma de la muchacha: cubierta de escamas tornasoladas y agallas por orejas, e incluso branquias que asomaban por su cuello. Tenía frente a sí misma otra leyenda hecha realidad, y temía pensar que en circunstancias distintas, como caballera de Avra, habría respondido de una manera completamente distinta frente a la niña.

En todos los cuentos que había leído, siempre describían a las sirenas como criaturas hostiles que perjudicarían a la humanidad, pero sabía que Aester era incapaz de provocar algún daño.

Cuando atrapó su cuerpo entre sus brazos, se dispuso a subir, pero la niña apretó sus manos contra sus hombros abruptamente, como si señalara algo que se aproximaba hacia ambas, y Annarieke nadó esquivando algunos pedazos que eran parte del templo que empezaba a desmoronarse.

Maldijo en sus adentros, sabiendo que debía apresurarse para ayudar a sus compañeros, y cuando al fin volvió a la superficie, tomó una gran bocanada de aire que ya necesitaba con ansias. Sosteniendo a Aester con uno de sus brazos, trató de nadar con el otro hacia la orilla, asegurándose de dejar a la niña sobre esta antes de subirse también.

Continuó inhalando y exhalando, a la vez que examinaba los signos de Aester: aún respiraba, pero parecía que se había desmayado. Blai corrió a su lado, arrodillándose para ver a la chica.

—¿Ella está bien? —preguntó, inquieto. Entre todo lo que sucedía, no sabía qué hacer, más que permitir que los caballeros de Avra presentes hicieran su trabajo.

Annarieke asintió, mirando a todos lados mientras se hacía una importante pregunta en su cabeza, pero decidió dejar a Aester reposar junto a Blai, cubriéndola con la capa que se había quitado antes de entrar al agua.

—¿Puedes quedarte con ella? —preguntó, más impaciente aún, a la vez que llevaba su mano al cinturón donde tenía su espada, sintiendo que era un momento perfecto para estrenarla. Sin embargo, no quería permanecer más tiempo con la duda que tenía—. ¿Sabes dónde está Mallory?

Blai podía reconocer en la mirada de la princesa la desesperación que sufría, empatizando con ella, pero no pudo evitar mirar también hacia el templo, dándole la respuesta que ella más temía.

Voluntad de hierro (El juramento de los guardianes I)Where stories live. Discover now