Capítulo 30

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RUBY

Aparentemente, el primer paso era ir al banco.

O eso había dicho ese tipo desconocido. Ese que era amigo de Dylan y que iba a ayudarlas. Otra cosa importante era que Ruby debía acompañarlo, así que ahí estaba ella, caminando junto a él, rumbo al banco donde Scott tenía su dinero, y el mundo estaba transcurriendo a un ritmo muy raro para ella.

Ruby no se sentía como antes, es decir, como la chica que había salido del baño de la universidad decepcionada y en caos. Tampoco como la chica que había quedado aterrorizada por la persona que había enviado el mensaje desde la cuenta de Arya. De hecho, su mente se sentía un poco diferente, como... medio despejada. Aquella voz que solía atormentarla preguntándole mil cosas se había callado, y entonces ella no sentía que necesitase muchas más respuestas. Por ejemplo, realmente no entendía por qué habían aceptado seguir ese plan, y menos viniendo de un total desconocido, pero sentía que confiaba en este tipo, y que ese era el único camino para lograr algo.

Aunque... ¿qué era ese algo? ¿Ahora estaban en contra de Scott? ¿Se sentía ella en contra de Scott? Oh, lo que sentía en ese instante por él era mucha rabia, enojo, frustración, pero, ¿era suficiente como para actuar en su contra?

Lo más lógico era que el desconocido y ella entraran al banco porque ya se acercaban a la entrada, pero de pronto él la tomó del brazo y cambió la dirección. Ruby, desprevenida, solo entendió que la condujo hasta detrás de un árbol, como si necesitaran ocultarse por un momento.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, medio confundida.

El sujeto aguardó para responder. Primero observó en todas direcciones, como analizando el perímetro. Ruby notó que por la otra acera circulaban muy pocas personas, todo muy tranquilo, y que cerca de ellos no había nadie. Lo más cercano era solo un policía apostado en la entrada del banco, que distraído daba indicaciones a una abuelita que estaba a punto de ingresar.

—Hay algo que debo hacer antes de que entremos allí —dijo él.

Eso no sonó muy confiable o muy bueno, pero algo impulsó a Ruby a darle una oportunidad.

—¿Qué exactamente?

—Es importante que nadie me vea —añadió él, mirando hacia los edificios en otro chequeo—. Dime, ¿ves a alguien en alguna ventana?

Confundida, Ruby también observó hacia las ventanas. Nada. Nadie.

—No... —respondió al estar segura, y luego volvió a mirarlo a él—. Pero, ¿a qué te refieres? ¿podrías solo ser claro y ya?

El desconocido puso su atención en ella, serio.

—Bien, debes prometerme que no te asustarás.

¿No asustarse? ¿Qué demonios...?

—¿Por qué me asustaría? —preguntó Ruby, el triple de confundida.

—Solo prométeme que guardarás silencio —insistió— que no gritarás, que no saldrás corriendo.

Pestañeó sin comprender nada. Luego sacudió la cabeza.

—Esto está demasiado raro, no creo que... —intentó retractarse, pero él volvió a insistir:

—Ruby, por favor —Le sonrió apaciblemente—. Es imprescindible que hagas lo que te pido.

Y otra vez, con él mirándola fijamente, por alguna razón, ciegamente, Ruby confió.

Entonces, presenció la cosa más impactante del mundo. La cosa más sorprendente y extraordinaria que jamás hubiera imaginado o esperado. Ahí, ante sus ojos, el cuerpo del desconocido cambió por completo. En un parpadeo. En un microsegundo. En un tiempo que ni siquiera pudo medir, y de una forma inexplicable pero real, todo su aspecto se transformó en un personaje que ella conocía muy bien: Scott.

Sí, Scott. Al detalle. El cabello rapado, los rasgos rudos, la contextura atlética e incluso sus típicos gestos maliciosos pero encantadores. Y sobre todo con esa mirada intimidante, esos ojos capaces de dominar.

Ruby se preguntó qué estaba viendo. ¿Era...? ¿Era realmente él? Guardó silencio, sí, pero porque quedó tan perpleja que todo su cuerpo perdió la capacidad de hacer cualquier cosa. Ella simplemente se quedó ahí, con los labios entreabiertos y los ojos paralizados en una mezcla de miedo, asombro. Si tenía voz no supo cómo usarla. Si sabía algo del mundo, de la realidad, de la lógica, de lo que era posible y lo que no, dudó.

Lo único que ella entendió que pasó por su mente fue un: estoy loca.

Y justo luego de eso, ese que estaba frente a ella, ese que parecía ser Scott pero que antes había sido el desconocido, dijo:

—No, Ruby, no estás loca. Nunca lo has estado.

La voz. ¡Incluso la voz!

Había hablado con el mismo tono de voz que Scott, pero... no podía ser él ¿O sí? Algo dentro de Ruby, tal vez el miedo, la impulsó a irse, a alejarse, pero entonces el desconocido, o ese Scott, la tomó del brazo para detenerla y ¡ajá! Ahí ella encontró una diferencia enorme. El agarre de ese sujeto no fue brusco como lo habría sido el del Scott que ella conocía. Este tenía una fuerza distintas, nada violenta, nada demandante.

Aun así, ¿qué estaba sucediendo ¿qué debía entender?

Ruby cerró los ojos, temblando, dudando de su cordura, dudando de siquiera tener conciencia de la realidad.

—No te puedes ir, debemos entrar al banco juntos —le explicó él—, ¿y lo ves? por esta razón te pedí que no te asustaras. No tienes por qué.

—Esto no es... —susurró Ruby— no es real.

—Lo es, es muy real —contradijo él, sonando como Scott pero con un tono tranquilizador que él, jamás tendría—. Tomé su aspecto, eso fue lo que sucedió.

—¿Tomaste su aspecto? ¿Pero... qué demonios? —balbuceó—. No, no es posible —Luego negó, aturdida—. Es un chiste. Es una broma. Es...

—¿Imposible? —completó él, y luego vaciló—. Hay muchas cosas posibles, solo no deben saberse.

En el fondo esperaba una extensa explicación, pero por otro lado sentía que no la obtendría porque aún así no comprendería nada. Lo que él hizo, de todas formas, fue tomarla de los hombros para evitar que se fuera. Luego habló un poco más bajo, solo para ella, en forma confidencial:

—Escúchame, el plan es que tu y yo vamos a entrar al banco juntos. Actuaré como si yo realmente fuera Scott, y tu tienes que actuar natural también.

¿Cómo rayos iba a actuar natural ante algo tan antinatural como lo que estaba viendo? ¡No era Scott! ¡Tampoco era el tipo desconocido! En ese caso...

—¿Qué eres? —Fue lo que logró emitir ella.

—Te lo diré pronto —aseguró él— en el momento indicado. Y lo entenderás. Por ahora soy Scott porque de lo contrario no podríamos lograr lo que debemos lograr.

Ella pestañeó. Ya lo había comprendido todo. ¿Cómo? Tampoco lo entendió. Así de confuso era. Así que solo pudo decir:

—Creo que necesito sentarme. 

El misterio de Dylan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora