Capítulo 17

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SCOTT

 
Lo que Scott sabía sobre las brujas o médiums era lo mismo que sabía cualquiera que solo las había visto en películas: señoras gordas, vestidas de forma ridícula y estrafalaria, que vivían en remolques y tal vez tenían una bola de cristal como recurso para ver tonterías.

Por esa razón, cuando aparcó su auto frente a la dirección que las compañeras de Ruby le habían dado y vio que no era un remolque sino un edificio empedrado de solo cinco pisos en pleno centro de ciudad, se extrañó.

 —¿Cómo es que se llamaba? —le preguntó a Ruby, que iba en el asiento del copiloto.

—Serena… —contestó ella, leyendo el papelito en donde habían anotado la dirección también—. Miss Serena.

A Scott le pareció ridículo. Soltó aire y dudó tanto como la primera vez que Ruby la había mencionado, pero algo había sucedido desde ese momento, algo que le había hecho cambiar de opinión tan drásticamente.

Dos días atrás, mientras veía a Ruby por las cámaras fingiendo ser Lisa para terminar con el imbécil de Dylan, de nuevo había captado la extraña y siniestra mancha en la pantalla, y cuando Ruby comenzó a paralizarse, todas las cámaras dejaron de funcionar. 

Después de tanto pensarlo, había considerado la tonta sospecha de Ruby: ¿y si en verdad era Cindy? Él se inclinaba un poco más por el hecho de que había algo muy raro en Dylan. No podía explicar qué, pero lo sentía, y la sensación lo había fastidiado hasta el punto en que no había podido dormir bien pensando en ello.

Así que ahí estaban, frente al edificio de esa absurda médium, a punto de hacer el ridículo, solo para descartar que se trataba de algo sobrenatural y que pudiera respirar en paz. Lo bueno era que al menos Ruby le confirmó que ya había cortado con lo que Lisa tenía con Dylan. Solo faltaba esto.

—Vamos —le ordenó a Ruby.

Ambos bajaron del auto, subieron las escalerillas hacia la puerta de entrada y tocaron el timbre del piso cinco. Esperaron. No salió nadie. Esperaron. Tampoco salió nadie. Volvieron a tocar el timbre y a esperar, pero nada.

Tras un rato de esperas y toques, Scott perdió la paciencia.

—No hay nadie —bufó— larguémonos.

—Podríamos venir más tarde —propuso Ruby, mirando hacia arriba por si captaba algo en las ventanas.

O nunca. Quizás, pensó Scott, era una señal de que no debían estar ahí.

—Ya veremos —se limitó a contestar.

Rodeó el auto para volver a entrar. Al otro lado, Ruby se acercó a la puerta del copiloto.

Justo cuando ella la abrió, Scott vio que se le acercó una mujer que segundos antes venía caminando por la acera.

—Ah, vinieron —dijo la mujer sin nada de sorpresa, como quien esperaba la visita desde hace tiempo. 

Scott la miró extrañado, todavía del otro lado. No estaba vestida de forma estrafalaria con colores morados ni joyas sonoras. Era una mujer de unos cuarenta y tantos años, más baja que Ruby con el cabello color chocolate muy voluminoso y lleno de ondas. Su nariz era aguileña y sus ojos grandes y delineados. La ropa no era más que una falda larga y una camisa de tirantes. En el cuello, una cinta de la que colgaba un medallón redondo.

Tal vez tenía un aire a médium pero… también a mujer vieja, divorciada y con gatos.

—Eh, ¿Miss Serena? —dijo Ruby, medio dudosa.

—La misma —asintió la mujer—. ¿Por qué tardaron tanto? 

Scott le dedicó una mirada un tanto entornada y cautelosa. Las brujas podían decir cualquier cosa para impresionar, pero a él no lo convencería tan fácil.

El misterio de Dylan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora