Capítulo 33

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Durante varios minutos permanecemos abrazados bajo la farola de la esquina mientras que Ucho y Blanquita esperan pacientes. Quisiera preguntarle de nuevo, pero siento que en estos momentos lo único que necesita es lo que estoy haciendo y mantengo la postura. Solloza acercándome más a su cuerpo y cuando mi barriga queda pegada a la suya, el bebé reacciona con una patadita. De pronto, Valentin se aparta y con los ojos completamente rojos, me mira.

—¿Qué ha sido eso? —Sorbe por su nariz.

—¿Lo has notado? —Trato de contener mi emoción debido a la situación, pero una sonrisa se dibuja en mi cara.

—¿Ha sido él? —Asiento y comienza a llorar de nuevo.

—Oh, Dios mío. —Sorbe por su nariz—. Ha sido increíble. Qué sensación más extraña.

—Sí que lo es. —Acaricio mi barriga—. Al principio me asustaba, pero ahora ya estoy acostumbrada. Es muy activo. —Me siento rara hablando con él del bebé, pero me gusta demasiado. Por primera vez me puedo hacer una idea de cómo sería vivir un embarazo teniendo al padre cerca y me aseguro de atesorar este momento para los restos. Sobre todo, porque sé que no se va a repetir. Si no sale corriendo cuando sepa la verdad, lo hará para salvar la empresa de su padre y, aunque me duela, debo entenderlo. Mi hijo se va a criar sin un padre, pero a cambio, miles de padres podrán llenar la boca a los suyos. No puedo imaginar el dolor y la angustia de esas familias si tuviesen que quedarse en la calle; para la mayoría, ese puesto de trabajo es su único sustento—. ¿Quieres entrar a casa? Tengo infusiones relajantes —indico para romper el hielo, aunque mi bebé ha sabido hacerlo mejor que nadie.

—Sí, ahora mismo necesito una garrafa de ellas. —Me sonríe y el corazón me late con fuerza. Ojalá mi pequeño herede su rostro. No he conocido a un hombre más guapo y atractivo en mi vida.

Al entrar, les explico a las chicas que no me ha dado tiempo a darles a los perros su paseo y no dudan en encargarse de ello. Tras dejarnos solos, le guio hasta la cocina y preparo un par de infusiones de las que suelo tomar cuando estoy nerviosa. Mientras lo hago, su mirada me sigue a donde quiera que vaya y en varias ocasiones le descubro observando mi cintura.

—¿No te pesa? —Me pregunta cuando me siento frente a él.

—Un poco, sí... —Mi rostro se colorea a la vez que trato de esconder una sonrisa—. ¿Estás mejor? —Cambio de tema al ver que de sus ojos continúan brotando lágrimas, aunque de una forma más calmada, se esfuerce en disimularlas.

—No lo sé. —Le da un sorbo a la infusión, más por deshacer el nudo que tiene en la garganta, que por las ganas—. Ahora mismo estoy bastante desbordado —confiesa y por la forma tan rápida en que vuelven a empañarse sus ojos, sé que dice la verdad.

—¿Por la reunión? —Me temo lo peor.

—Por todo —Aprieta los labios—. Hay demasiadas emociones colapsando mi cerebro y no logro pensar con claridad. —Vuelve a beber y exhala sonoramente.

—¿Quieres hablar de ello?

—Son tantas cosas que no sabría por dónde empezar —sonríe apenado.

—La reunión... ha salido mal, ¿verdad? —Trato de ayudarle para que su mente fluya. Por desgracia me he visto en su lugar en un par de ocasiones y puedo saber cómo se siente, aunque estoy segura de que nunca me vi sometida a tanta presión como él. La primera vez fue cuando descubrí que mi ex me estaba siendo infiel, y la segunda, cuando supe de la existencia de mi bebé. Al pensar en él, vuelvo a ser consciente de otra de sus pataditas. Hoy está más revoltoso que otras veces. ¿Tendrá que ver con que su padre está enfrente? Río mentalmente y solo la voz de Valentin me devuelve a la conversación.

Cupido, tenemos que hablarWhere stories live. Discover now