Capítulo 35

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Nervioso, marca su número y puedo ver el momento en que su rostro cae al no obtener respuesta. Lo intenta durante varios minutos más y al ocurrir lo mismo, desiste.

—Si quiere algo, te volverá a llamar. —Busco la forma de animarle. Sus ojos, iluminados por un momento, vuelven a apagarse.

—Imagino que sí. —Se sienta sobre el borde de la cama—. Solo espero que no sea demasiado tarde... porque en unas horas, todo por lo que hemos luchado aquí se irá a la mierda. ¿Sabes? —Se gira para mirarme—. Hoy estuve con uno de los encargados y representante de los trabajadores que tenemos en las fábricas. Este mes ni siquiera le hemos podido pagar, ni a él, ni a ninguno de ellos, y lo único que hacía era darme ánimos y transmitirme el calor de los demás. —Se pone de pie—. Darme ánimos a mí, cuando sé que su mujer, que también trabajó para nosotros, lleva dos años postrada en una cama por culpa de la esclerosis y todos sabemos cuál será su final. ¿Cómo voy a dejarles en la calle, Valeria? —me dice como si necesitase disculparse por no poder estar conmigo. Cubre su cara—. Debo hacer lo que sea para evitarlo. —Su teléfono vuelve a sonar y tras sorber por la nariz buscando recomponerse, responde—. Allô —Niega con un gesto al recordar que es español y responde en nuestro idioma —¿Dígame? —Está tan alterado, que noto cómo le tiembla la barbilla—. No, no se preocupe, las horas no importan. —Mientras escucha, expulsa despacio el aire de sus pulmones—. Ajam... —Levanta la mirada hacia mí y sus ojos se clavan en los míos. Todo parece ir bien hasta que su ceño se frunce y los cierra—. Entiendo. —Aprieta su mandíbula—. No podemos esperar más, mañana por la mañana termina el plazo. —Mira el reloj—. Nos quedan cuatro horas y media... —Aprieta ahora su mentón—. Ya le digo que es imposible. A las nueve de la mañana todo habrá terminado. —Se despide y cuelga mirando al vacío.

—¿Qué ocurre? —No puedo esperar más.

—Sigue interesado, pero necesita más tiempo. Quiere reunirse con sus gestores de inversión para valorar los riesgos y hasta que no regrese del viaje no podrá hacerlo.

—¿Cuándo regresa?

—Mañana por la tarde.

—¡Joder! —Me quejo.

—Tan cerca y tan lejos —gruñe por la impotencia.

—¿No hay nada que se pueda hacer?

—Absolutamente nada. En poco más de cuatro horas nos reuniremos en el hotel con los notarios para firmar la finalización de todas las actividades y la disolución en España.

—¿Y no hay forma de aplazarlo?

—No, Valeria. Ya no hay nada que hacer. Es el último día de plazo. Ni siquiera podemos seguir pagando materiales para continuar.

—¿Y las fábricas de Francia?

—Esas todavía no peligran. Los padres de Nicolle solo han retirado la inversión aquí.

—¿Y no podéis invertir dinero de allí en estas?

—No, llevamos días valorándolo, pero es inviable. Así solo se desequilibrarían los dos mercados y pondríamos en riesgo al doble de familias.

—Entiendo...

—Es una decisión dura, pero no queda otro remedio. O salvamos la mitad, o perdemos todo.

—Nunca entenderé a Nicolle y a su familia. ¿No tienen corazón? —Tomo su mano con la mía.

—Son personas vacías a quienes solo les interesa el dinero y lo que puedan conseguir con él. —Aprieta mis dedos agradeciéndome el gesto.

—Eso me quedó claro en el momento en que te obligaron a estar con su hija solo porque ella así lo quiere. No sé qué esperan de esa relación, pero está destinada a fracasar y haceros infelices a los dos. Si no hay amor, ¿qué queda?

Cupido, tenemos que hablarWhere stories live. Discover now