Capítulo 53

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MARCUS

Día de la boda

Miro el reloj una vez más y mi estómago se encoge. Mi mejor amigo se casa esta misma tarde y todavía no he tomado el vuelo. Debería estar ya en España, pero no me siento con fuerzas para mirarle a la cara. Sé cuánto sufrimiento le está produciendo esto y, más que a una boda, parece que voy a asistir a su entierro. Sus padres me entregaron la invitación hace apenas unas semanas y aunque Valentin me ha pedido que no vaya, no puedo dejarle solo en un momento así. He intentado llamarle un par de veces para saber cómo está, pero tiene el teléfono apagado. Imagino que, en un momento así, lo último que le apetece es hablar con alguien.

—¡Maldita familia de Nicolle! ¡Maldito dinero y maldita su avaricia! —Exclamo lanzando contra la pared los zapatos que estaba a punto de ponerme. Lo único que buscan son sus acciones para manejar la empresa a su antojo y una vez que Valentin forme parte de su familia, les será todo mucho más fácil.

Mi teléfono me avisa de que tengo una llamada y al ver que es Nerea, no dudo en descolgar. Hablar con ella es como un bálsamo para mí, aunque a veces me crispe los nervios. Su modo de tomarse la vida, tan diferente al mío, me ha enseñado tantas cosas que ni ella misma lo creería. ¿Quién me iba a decir a mí, que la mayoría de las veces que sufrimos depende únicamente de la actitud con la que nos tomamos las cosas? Cada vez que le ocurre algo, tiene una capacidad innata para dejarlo ir. Solo sufre por lo que realmente tiene que sufrir y lejos de hundirse, busca soluciones. Es cierto que algunas veces se pasa, sobre todo con eso, con las soluciones, pero ella es feliz así.

Todavía no he logrado sacarme de la cabeza lo que fue capaz de hacer para cancelar la reunión del hotel. Yo ni siquiera viviría pensando en que en cualquier momento podrían descubrirme, pero ella, cada vez que hablamos del tema, con la parsimonia que la caracteriza, me dice lo mismo: "Ya me preocuparé si eso llega a ocurrir. ¿Para qué voy a perder el tiempo pensando en cosas que ni siquiera sé si van a pasar?". Definitivamente y aunque me cueste admitirlo, la mayoría de las veces deberíamos actuar así.

—¡Hola, cielo! —Me saluda al otro lado—. ¿Ya tienes el pasaje? —Sabe que hoy es la boda y que todavía estoy en Francia.

—Sí, ya lo tengo... —resoplo. Todavía no concibo que a mi mejor amigo le esté pasando esto. ¿Cómo diablos hemos llegado hasta aquí? Y, para colmo, aunque sabemos quiénes están detrás de todo ello, ni siquiera hemos encontrado pruebas suficientes que puedan ayudarnos. Y en caso de hacerlo, Valentin me contó que dependen totalmente de su dinero, así que ya no sé qué es peor. Si logran imputarles, automáticamente lo perderían todo... No hay forma humana de que puedan salir bien parados de esto. Si una opción es mala, la otra no lo es mejor.

—¿Sobre qué hora llegarás?

Hemos quedado en vernos unos minutos en el aeropuerto. La boda se celebra a doscientos kilómetros de allí y en cuanto el avión aterrice, tendré a un taxi esperándome en la puerta.

—Llegaré sobre las seis de la tarde.

—¿Te dará tiempo? Vas muy justo.

No le falta razón, debí haberlo reservado antes, pero cuando por fin me decidí a hacerlo, me había demorado tanto que ya no había vuelo.

—Espero que sí... —resoplo desanimado y se da cuenta.

—Todo irá bien. Ya verás. —dice con el optimismo que la caracteriza.

—Esta vez no... —resoplo de nuevo.

—Ais —suspira—. Hombre de poca fe. En esta vida todo tiene solución. Solo hay que buscarla.

—¿A sí? ¿Y para ti cuál sería esa solución? —pregunto casi ofendido. ¿Acaso no se da cuenta de que a veces no es tan fácil como ella cree?

—Quemar la iglesia.

Cupido, tenemos que hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora