Capitulo 3 part I

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Tengo que admitirlo. aún no puedo sacar de mi cabeza la imagen de Ayami delante de mí cerrando rápidamente la puerta ante mis ojos. 

Ya ha pasado un mes desde que no he visto a Ayami.  

Cuando Mimi llegó a casa trató de hacerme uno de sus típicos interrogatorios de policía, pero ya era tarde para sus táctica porque sé muy bien como evitarlas, aunque ella sí que es insistente por lo cual me acosa hasta que termino soltando todo. Pero no, esta vez no lo haré, no soy lo suficientemente fuerte para soportar sus burlas y mucho menos sus reclamos.  

Traté de llamar a Ayami durante varios días a su móvil, pero él no contestaba, y así sucedió todas las veces que lo hice. Me preocupaba y no dejaba de pensar que él pudiera creer que yo estaba enfadada, pero no, él es una de esas personas que no se confunden, ni se esconden si tienen algún problema, él siempre da la cara a cualquier cosa.   

Traté de ir a verlo a su casa, pero en ese momento, me di cuenta de que durante todo el tiempo en que hemos estado juntos jamás he visto dónde vive, ni he estado cerca. Eso me asustó mucho, jamás me había percatado de lo desentendida que estaba de él, aún más, jamás había ido a su universidad a verlo. Siempre era él quien me venia a ver, el que iba a buscarme al trabajo y a la escuela. Yo jamás me di tiempo para hacer algo como eso.  

Comencé a llorar desconsoladamente. Me recosté en mi cama pensando en todas las cosas que jamás noté sobre él. Me sentía la persona más miserable del mundo, o mejor dicho la peor novia de todas.  

Siguieron pasando los meses y él no daba señales de vida, eso me asustó bastante, por lo cual le pedí a Mimi que me acompañara a denunciar su desaparición. Mimi, por su parte, como siempre, no le importaba, al contrario, se burlaba de todo lo que estaba sucediendo, pero al ver mi rostro completamente serio y preocupado me acompañó, pero sólo por mí, me aclaró inmediatamente.  La policía nos dijo que lo buscarían y que estuviéramos tranquilas, pero yo no podía hacer eso, pero tuve que obedecer ya que mis manos estaban completamente atadas en ese momento.  

Ya han pasado cuatro meses desde la última vez que lo vi. La policía no podía hacer mucho, por lo cual siempre que preguntaba decían:  

—Lo lamentamos mucho señorita, hemos hecho todo lo posible para dar con el paradero de su novio, pero la búsqueda se ha vuelto infructuosa. –decía muy serio el oficial de turno. —Pero no se preocupe, nosotros no pararemos hasta encontrar a su novio.  

Siempre eran las mismas palabras y  la misma frase del final, la cual más me dolía y hacía que mi pecho se contrajera de dolor. No dejaba de decirme a mí misma lo mucho que lo extrañaba y lo tonta que he sido durante todo este tiempo. Lo único que deseaba era encontrarlo y decirle que lo amaba, que de verdad lo sentía mucho y que ya no me importaba lo que había sucedido la última vez.  

Ya han pasado seis meses de la desaparición de Ayami. Aún no hay noticias de él y eso me hizo encerrarme en casa junto al teléfono esperando una llamada de él. Mimi, al verme, se enfadó demasiado y de una patada en el trasero, lo digo literalmente, porque dolió mucho, me obligó a salir y volver a asistir a clases y al trabajo, ya que no quería fantasmas deprimidos en casa sin hacer nada, por lo cual tuve que obedecer sin reclamos. Para mí volver a mi vida antigua fue como un sueño en el cual el tiempo no pasaba y mi mente vagaba por todas parte sin prestar atención a nada.  

De casa a clase, y de clase al trabajo era una sin nada nuevo. Pero algo sucedió un día cuando salia de clases.  

En la puerta principal del edificio pude ver una gran camioneta negra por completo y apoyados en ella tres hombre vestidos de un pulcro negro, igual que el auto que conducían. A todos nos llamó la atención y a más de algunos esos hombres los intimidó, pero yo no deseaba prestarles mucha atención por lo cual avance sin mirarlos. Pero de pronto uno de ellos se interpuso en mi camino.  

—¿Necesita algo? –lo miré seriamente.  

—Si, dime, –dudó un momento. —¿tú eres Romina S.?  

Lo miré sorprendida al escuchar mi nombre en su boca. ¿Cómo puede el saber mi nombre? Me asusté un poco, pero no lo mostré en mi rostro.  

—Si, ¿por qué?, –le pregunté duramente. Desconfiaba completamente de él, algo me decía que era peligroso, pero mas peligroso era ignorarlo. —¿quién pregunta?  

—Eso a ti no te interesa, será mejor que nos acompañes. –me miró y fuertemente me tomó del brazo jalando mi cuerpo hacia el vehículo.  

—¡¿Qué te pasa?! –le grité zafando mi brazo. —¡No me toques idiota! –le grité en la cara.  

Salí corriendo desesperada. Los tres hombres comenzaron a gritar y rápidamente comenzaron a perseguirme. Corrí, pero no podía más, mis piernas comenzaron a temblar del cansancio pero sabía que no podía rendirme, sentía el peligro detrás de mí, «si me atrapan, me matan». Me metí en un callejón donde me oculté, los pude ver pasar en el auto y como si mi alma volviera al cuerpo respiré profundamente.   

Esperé unos minutos para estar segura de haberlos perdidos. Me asomé en el comienzo del callejón y miré para todos lados, no había nadie, volví a respirar.    

—Me salvé. –dije aliviada. Aunque no entendía lo que acababa de ocurrir.  

De pronto, cuando comenzaba a moverme para salir, algo me toma por detrás y puso una de sus manos en mi boca tapando mis gritos instantáneos, mientras que con la otra me radiaba la cintura levantándome del suelo mientras yo pataleaba desesperadamente. Era el tipo de la entrada, me había encontrado.  

—Vaya que eres escurridiza chica. –sonrió irónicamente. —Será mejor que te quedes quietita si no quieres que te lastime. –me susurró al oído. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, mis ojos se abrieron de par en par, mientras que mi cuerpo se paralizó por completo. —Así es, quieta, ya que si te rompo, el jefe no ganará mucho contigo. –rió burlescamente.  

Sacó su móvil del pantalón y con rapidez llamó a sus socios. No se demoraron más que un minuto y ya se encontraban enfrente del callejón. Los dos hombres del vehículo se bajaron rápidamente mientras que uno vigilaba y abría la puerta del auto, el otro corrió hacia mí y con mucha habilidad me amordazó, cubriéndome la boca y atando mis manos. Me tomaron entre los dos y con mucha fuerza me lanzaron dentro del la camioneta.  

No hablaron mucho durante todo el trayecto, y si decían algo era para callarme o para decirme que si trataba algo me matarían. Estaba asustada, no podía hablar, ni moverme, además, el sujeto que me atrapó estaba sentado al mi costado y cada vez que podía comenzaba a tocar mis pierna, o alguna parte indebida. Eso me asustaba y comenzaba a moverme para resistirme, pero no funcionaba, él me golpeaba un fuerte puñetazo en el costado, el cual provocaba que me recogiera del dolor hasta que uno de sus camarada lo detuvo.  

—Hey, deja a la chica ya, vale. –dijo seriamente.  

—Guarda silencio. –dijo enfadado. —Además, no le estoy haciendo nada malo, ¿o sí? –me susurró en el oído. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, era asqueroso, su respiración lujuriosa me ponía la piel de gallina. —Además, esta zorra no va hacer algo muy distinto a lo que yo le estoy haciendo. –comenzó a reírse. —Debe prac...  

Lo interrumpió de golpe el mismo sujeto.  

—No seas estúpido. –gritó. —Si el jefe se entera, o se da cuenta de que la tocaste, te matará, y lo sabes muy bien. –dijo firmemente.   El acosador se aparto rápidamente de mí y pude darme cuenta de que trató de evitar todo roce, aunque fuese accidental conmigo. Decidí no provocar problemas, el miedo me había invadido completamente y preferí estarme quieta.   

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