Capítulo 10: La canción.

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La mañana del día siguiente desperté con una sonrisa en el rostro, había soñado que estaba caminando hacia la cima de una montaña y a pesar de todos los obstáculos que se me presentaban en el camino, no paraba de avanzar hacia la cima. Sentía el viento en el rostro, el sol encima de mi cabeza calentándome e iluminando el camino y un agradable sentimiento en el pecho. Estaba segura que alguien me esperaba en la cima, no sabía quién, solo sabía que ese alguien esperaría pacientemente por mi hasta que lograra alcanzar la cima.

La sonrisa desapareció de mi rostro al sentir en mí el resultado de los acontecimientos del día anterior. Me estire con mucho cuidado en la cama y me levante poco a poco. Eran las seis de la mañana y tenía que estar a las siete en la tienda de mi abuela pues, yo iba a ser la encargada por lo que quedaba de semana ya que a ella se le había ocurrido la brillante idea de hacer rebajas en la tienda, provocando que la población enloqueciera debido a que era la tienda más popular, con ropa de moda y marca a precio accesible de la ciudad. El hecho de que todo estuviera en descuento era un acontecimiento que la gente no dejaría pasar por alto. El problema era que a mi abuela no le gustaban las multitudes y la gente alborotada, por lo que siempre que se le ocurrían brillante ideas y estas se le salían de las manos llamaba a mi mamá en busca de ayudaba, ella, por mala costumbre, no sabía decir que “no” a nadie y terminaba comprometiendo a los demás.

No es que me molestara trabajar en la tienda, es más, estaba feliz de hacerlo, lo que pasaba era que después del accidente en la motocicleta no me sentía lo suficientemente bien para ese ajetreo y prefería quedarme descansando, además, sabía que al final del día tendría un dolor de cabeza insoportable. Resignada deje escapar un gran suspiro y empecé a desvestirme preparándome para el día que me tocaba.

Ya eran casi las doce del día cuando cerramos las puertas de la tienda. Siempre lo hacíamos a las doce en punto, pero en época de descuento lo hacíamos antes para impedir que la gente siguiera entrando ya que a esa hora todos los empleados salían a almorzar, excepto yo, que almorzaba en la tienda hasta que fuera hora de abrir nuevamente. Estaba en una de las cajas registradora, ayudando a que la larga cola disminuyera, no era mi trabajo ser cajera, vigilante, ayudante ni nada de eso, es más, en varias ocasiones me había aguantado los regaños de mi abuela recordándome innumerables veces que mi trabajo era supervisar a los empleados, no hacer sus trabajos, que para eso se les pagaba, aunque yo sabía que en el fondo no estaba molesta en absoluto, al contrario se le veía un pequeño brillo en los ojos que indicaban lo orgullosa que estaba porque no me importaba ensuciarme las manos. Por mi parte, no me molestaba en absoluto hacer lo que estuviera a mi alcance, me gustaba estar entretenida o haciendo algo productivo, y estar sentada en la oficina de la abuela sin hacer nada mientras los demás iban de un lado para otro me ponía inquieta. Solo quedaba una persona por pagar, así que despache a los empleados pues ya se estaba pasando su hora de almuerzo y la atendí yo. La tienda estaba vacía, solo estábamos la clienta, el vigilante y yo, mientras facturaba la ultima prenda, la chica me pregunto en voz baja para que solo yo la escuchara.

- ¿Tu eres Aria? - aunque su rostro mostraba amabilidad sus ojos la delataban. Pude vislumbrar desprecio y repugnancia en esos ojos verde claro ¿qué le había hecho yo a ella para que me mirara así?

- Si - respondí con un tono de voz neutra aunque sentía que temblaba por dentro, esa mirada me estaba incomodando.

Se quedo en silencio mientras me pagaba, yo le entregue la factura y las bolsas, aseguro todo en sus pequeñas manos y se dirigió a la puerta.

- Por cierto - agrego dando media vuelta y clavando la mirada en mi antes de salir -, me llamo Ester.

Acto seguido salió disparada por la puerta dejándome muy confundida. A que venía eso, que me importaba a mí que se llamara Ester, el nombre pico en mi cabeza pero no pude identificar de donde la conocía, pues estaba segura que nunca en mi vida la había visto. Marcel, el vigilante, se despidió de mi y salió de la tienda dejándome sola. Respire hondo y me dirigí a la oficina que estaba tras de mí.

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